Capitulo 1 Las estaciones.
Una estación siempre es un lugar extraño y familiar al mismo tiempo. Cuando se pretende alcanzar un destino siempre se buscan los pequeños detalles que son comunes en todos los mapas de tesoros. Cualquier estación mediana tiene una cafetería donde esperar, una taquilla donde comprar el billete, una tabla donde mirar el horario, unos aseos con símbolos de código internacional y amplios bancos en los que despatarrarse.
A Verdi solo le hicieron falta cuatro para componer una sinfonía. Las hay grandes; con puestos de comida, bebida, tiendas y oficinas. Las hay subterráneas llenas de músicos fijos y ambulantes y las hay de esas que se para a la ida pero no a la vuelta y hay que hacer traslado dos estaciones más allá tras esperar una hora. Esto puede parecer un atraso sin embargo es de lo más común. La cuarta estación de Verdi no está en está lista porque el viaje para alcanzarla aún no ha comenzado.
Antes de iniciar un viaje, el viajero siempre tiende a sufrir la pereza del movimiento y la excitación ante lo desconocido, porque un viaje siempre entraña esa situación en la que se abandona la rutina y los límites de lo común. La realización absoluta de la esencia de un viaje ha de realizarse en algún momento en solitario. La transición de la protección del grupo a la sensación de libertad apoyada sobre el pilar del individuo propina un horizonte más amplio al viajero.
Todas estas cosas las lleva dentro quien comienza un trayecto. Además se añaden un sin fin de preocupaciones banales como el peso exacto de la maleta, si el número de mudas limpias será suficiente y si tendremos que pasar todo lo que llevamos en el bolso de viaje a la maleta, cuando la visión de rayos X del control de pasajeros comience a decir verdades.
Cada uno de los personajes que hoy se darán cita para que nuestro relato quede completo, ha olvidado una cosa muy importante. Más que algo importante es algo implícito en la naturaleza de las cosas. Esto es que las cosas que verá en su viaje serán vistas de una forma única. Las hojas con brillo arraigado de primavera, la maleza descuidada, el cristal de la ventanilla que a lo largo del ultimo viaje recogió
cual jardín botánico, en aplastadas muestras, la diversidad de insectos del lugar.
Todo esto existe, al igual que lo que cada cual llama realidad, tan solo en la mente de quien observa. El señor Einstein estaría orgulloso de esta afirmación. La grandeza de la humanidad reside en la capacidad que tienen billones de universos de convivir. Los protagonistas de esta historia que se escribe mientras yo la voy leyendo, saben poco o nada de la verdad que les espera.
Capitulo 2 Las maletas.
Abierta de par en par en par sobre la cama de su habitación, la maleta de Margó iba dando cobijo a la ropa exterior bien doblada primero y la delicadeza de sus caprichos de seda después, según iba rebosando en contenido. Los zapatos siempre los metía al final en los huecos que había dejado sin resolver.
Con un suave gesto levanto trayendo hacia sí media maleta y desde lo alto la dejo caer acompañada siempre del gesto de su muñeca. Tras un breve silencio interrumpido por el sonido de las cremalleras, acabó la faena con el click definitivo de los cerrojos.
En comparación con la cama de Margó, la de Gilbert era una teoría del caos en fase de ir tomando forma según el reloj pasaba de mirarlo de reojo, a amenazarle con la manecilla de las horas. Gilbert que adoraba el cosquilleo de los segundos los dejaba pasar creyendolos infinitos, sabía que la única manecilla a la que hay que temer es a la de los minutos. Las horas son lánguidas o agitadas pero los minutos son el ultimátum de las posibilidades. Cuando se agotan los últimos minutos las conversaciones se vuelven silencios y las gotas desbordan grandes vasos.
Eran casi las tres de la tarde. De nuestros tres personajes solo el que aún no conocemos había comido algo, no mucho por que tenía que comprar algunos regalos y algo de comida para el viaje porque los restaurantes con ruedas le sentaban mal. Los precios de la comida decente eran los de las exquisiteces cuando se tienen los pis en la tierra. Según salía de su casa suspiro aliviado por dos razones.
Una era que no viajaba en avión. El avión es mucho más rápido pero según Einstein una de estas supersónicas horas te puede hacer añicos el riñón. Otra era que sus maletas le esperaban en la estación y que sus pies aún eran ligeros. Cerró la puerta y colocó las llaves en el plato del macetero de la entrada de su casa. Tras esto dijo adiós a la planta.
Las calles aún no habían resucitado del sus horas de comer. Los ecos de loza fregándose en los primeros pisos y noticias que pondrían los pelos de punta a cualquiera que las prestara atención salían de salones y cocinas por la inmediatez de ventanas abiertas dando música a unas calles limpias de gente y trajines. El tren salía a las siete en punto. Esto lo sabían los que hasta ahora tienen nombre y aquel, que sin él, caminaba hasta la ventanilla a recoger un billete previamente reservado.
El sol acompañó a nuestro misterioso in nombrado ciudadano a tomar café y esperar leyendo un diario hasta que los comercios reabrieron las puertas de sus locales. Margó continuaba con su frágil danza de peldaños hacía el parque donde las ruedas de su maleta, que no era ni grande ni pequeña, la devolvieron a su infancia de patines.
Faltaba menos. El minutero bramaba con furia ante la pasmosidad con la que Gilbert fumaba otro cigarrillo.
Capitulo 3 Los billetes
Eran las cinco y media. Una silueta se acerco a la ventanilla más cercana a los andenes y pidió una reserva a nombre de Tomás Romano. Destino Mar de Estella. Retiró junto al billete el resguardo de las maletas y la promesa del expendedor de que estarían a buen recaudo a esa hora de la tarde. Tomás ya no se fiaba de la gente como antes y miraba a los ojos cuando había de por medio material sensible. Resultaba duro tener clavados los ojos de una persona con la mirada tan limpia como la de Tomás.
Cuando se dio la vuelta dando las gracias y perdiéndose entre un grupo de maleteros que descargaban equipaje y mercancías, el mozo de ventanilla suspiró aliviado. Ya iban tres locos con destino a Mar de Estella hoy. Primero la señora o señorita que era un puro misterio en la edad. Tenía un tono de voz muy tenue. Era muy extraño porque era evidente que estaba hablando bajo y sin embargo se le entendía todo lo que decía.
Acababa de irse.Cuando su mano se abrió y dejo caer el billete en ese espacio curvo donde se hace el intercambio que siempre hay bajo las ventanillas, las monedas rebotaron sobre los billetes que ya estaban extendidos sobre el fondo, y la palma de la suya.
Mientras recogía el importe exacto Margó se hizo a un lado de la ventanilla para comprobar los horarios en los billetes y en los paneles que había a un lado de la estación. Cuando el cajero cerró la caja frente a él no había nadie. Aquello, al mozo de la ventanilla, le hizo sentir como si lo hubiera visitado un fantasma o un ángel que pasando de puntillas había comprado su billete. Algo tenía que tener ese mar que solo atraía gente extraña.
Lo del belga ya había sido una pasada. Fué el primero de todos pero de la señorita se acordaba más. Llegó corriendo, con cara de pena y ojos de desesperación por creer haber perdido el tren, -que si siempre me pasa lo mismo y haber a que hora salía el siguiente, si es que salía alguno más aquella tarde. Cuando le contestó que su tren no saldría hasta dentro de al menos dos horas se puso a gritar como un loco, hizo un pequeño baile de tres pasos de los cuales dos fueron giros y le dejo una propina de dos tanires.
El mozo miraba el calendario que colgaba sobre la ventanilla e imposible de ver para el público. Se puso de pies y buscó entre los meses que se avecinaban la foto de las estación de Mar de Estella. Era hermosa. Tenia la robustez de un edificio neoclásico con un gran reloj en la fachada oeste donde las luces del atardecer se hacían lágrimas de colores al acariar el nácar de sus mosaicos. Era un reloj muy antiguo. Al menos el mosaico lo era.
En el año del naranjo azul, cuando amanecieron al unísono todos los campos de este fruto con flor azul en lugar del blanco habitual, llegó el mosaico de una excavación en los confines de la zona montañosa de Argud. Lejos de dejarlo a recaudo de restauradores y cámaras con atmósferas protegidas en los museos, su comprador en ultramar, Laureano Martín, le hizo un agujero que habría detenido más de uno de los corazones de la arqueología. Así nació un nuevo tiempo con un nuevo reloj en Mar de Estella.
Capitulo 4 Primera clase.
Cuando a Ghandi en uno de sus primeros viajes como abogado recién licenciado le pidieron el billete, lo hicieron de un porrazo. Como podía un oscuro de piel atreverse a viajar en primera. La reina miraba hacia otro lado mientras su primer ministro la cubría de tan desdichada visión con un pañuelo de fino encaje y a Ghandi le caían los porrazos de dos en dos. El paisaje era del altiplano. La llanura estaba despejada en las inmediaciones de la capital. Las granjas surgían lozanas como adolescentes independientes de las necesidades de la ciudad.
La puerta se abrió y los pensamientos de Gilbert se congelaron. Margó le saludo con un susurro de buenas tardes y de un solo giro guardó aquella maleta ni grande ni pequeña bajo el asiento. Nunca había pensado que una maleta pudiera resolverse de una forma tan fácil en el interior de un vagón. Estaba en primera y a pesar de los compartimentos de para estas cosas, aquella mujer había hecho un hoyo perfecto de un solo golpe. Cuando Gilbert levanto los ojos de la maleta, Margó ya se había instalado cruzando las piernas y abriendo un libro.
Gilbert se sentía como en una película a la que le faltan fotogramas. Con su decisión aquella menuda y silenciosa mujer había tomado posesión del compartimento al completo. Llevaba ya un buen rato sin fumar así que aprovechó el encuentro para ofrecerla un cigarrillo. Margó le dijo -ahora no gracias, lo cual le dejo aún más extrañado pues era un “sí, pero después”. Al salir del compartimento se dio de bruces con un tipo alto y delgado. Le llamó la atención la chaqueta sin botones que llevaba.
No era el día de Gilbert, desde que se quedara dormido delante de su propia maleta después de un bocadillo de mediodía, vivía con la impresión de que el mundo iba más a prisa que su cerebro. Encendió un cigarrillo. Abrió la ventanilla y dejó que el aire le diera en la cara. El humo volvió a recorrer sus pulmones y recordó haberse gastado diez tanires en el transporte y otros 2 de propina al mozo de la ventanilla de venta de billetes. Todo esto para llegar dos horas antes.
También se acordó de haberse olvidado el desodorante, la maquinilla de afeitar y el jabón en el cuarto de baño de su casa. Cuando entró de nuevo al compartimento el tipo alto y delgado jugaba al ajedrez con la mujer silenciosa. Los vagones de primera clase tienen un amplio salón donde los viajeros tienen su espacio de ocio y tres dormitorios independientes máximo por compartimento. Cada vagón de primera tienen dos compartimentos de este tipo. Los hay nupciales de un solo dormitorio y salón; o de solo dos dormitorios con literas superiores opcionales para familias.
La linea que acababa en Mar de Estella fué fundada por el Laureano Martín, gran emprendedor y mejor persona, cuando se trajo el mosaico de aquellas latitudes.
El populacho tendría que pasar la noche en sus asientos. De todas formas es solo un día de trayecto lo que separa Mar de Estella de la ciudad y en estos vagones se come, se bebe, se juega, se baila, se toca la guitarra, se fuma y se escuchan historias que hacen que vean los tuertos y tengan pesadillas los benditos.
Capítulo 5 Le piano bar
Margó tuvo que pedir ayuda a un extraño para poder subir la escalerilla del vagón. Era un tipo muy alto que de un plumazo la puso a ella y a su equipaje de mano directamente sobre el último peldaño. Tomás que hablaba muy poco aceptó el susurro que le dio las gracias en voz de aquella menuda mujer. Eran las siete menos cuarto. El tren saldría pronto. Camino tras la silueta de la mujer hasta alcanzar el vagón restaurante. El vagón restaurante eran en realidad dos vagones. Uno con sus mesas u sus camareros y otro con un gran piano de cola negro, un barra tremendamente surtida y otra remesa de camareros.
Tenía hambre pues había almorzado pronto así cogió uno de los bocadillos vegetales con queso bajo la atenta mirada del camarero, momento que aprovechó para pedirle una cerveza. Desde donde estaba podía a través de la doble puerta de cristal que separaba los vagones a la señorita del susurro sentada de frente junto al piano.
No estaba realmente sentada frente al piano pero desde donde Tomás estaba, así lo hacia ver la perspectiva.
Tomás sin saber muy bien porque dejo el bocadillo intacto. ¿Estaría tocando algo?
¿Sería ella el músico de la compañía de trenes? No le extrañaba. Una persona que habla casi sin voz y aún así se hace perfectamente audible no era normal. Dentro del vagón del piano sonaba la melodía de Margó que no tocaba el piano, pero si tatareaba una obertura.
El tren comenzó a moverse y con él desapareció toda esperanza de hacer bocado en suelo firme. Tomás guardo el bocadillo en el bolsillo de su chaqueta y cuando se volvió, la mujer junto al piano había desaparecido. La encontró tras la esquina de la pequeña barra ya en el vagón restaurante. De espaldas al pasillo contemplaba la vitrina de los juegos. Parecía interesada en uno de los tableros de ajedrez. Las piezas eran de vidrio con colores esmeralda contra cuarzo rosa. Al parecer la base se iluminada y era posible jugar de noche con las piezas iluminadas.
-Le gusta jugar la preguntó. Margó se volvió como si un muelle la recorriera el alma.
En silencio miro el rostro de Tomás. Si, mucho. ¿No le parece hermoso? Claro que habría que verlo de noche, contesto ella. Hagamos un trato dijo Tomás. Lo compramos a medias. Jugamos al mejor de tres y quien gane se llevará el tablero a su casa. Cuando Margó respondió que le gustaba jugar no hablaba exclusivamente del ajedrez. Margó con su cuerpo menudo y sus gafas de pasta parecía una mujer de despachos. Tomás que la empezaba a mirar con el tercer ojo, no discernía entre empleada o directora. En cambio Margo lo daba todo por la trama y el misterio, la aventura y el riesgo.
Subiendo el tono de voz y sosteniendo una sonrisa aceptó. Aquí es donde Tomás y Margó supieron sus nombres.
Capitulo 6 Viajar en tercera.
Estaba a punto de hacerse de noche. No había casi viajeros en el vagón de tercera. Tres hermanos del norte de Balauga que querían ver el mar y comer pescado y beber ese vino blanco afrutado del que tan bien se habla en su tierra por boca de los que han viajado. Al otro lado del vagón, desde donde se veía la luna escribía su historia de trenes y maletas Marco. Por su puesto sus viajeros viajaban en primera. Ese era el lujo que cualquier imaginación se podía permitir. Marco era de los de la opinión de que después de labrarse un comer y un dormir se podría pasar la vida atendiendo a los caprichos de la imaginación.
Ahora el tipo despistado tendría que encontrar a alguien en el piano bar. Principalmente porque él es el único protagonista de la historia que aún no había estado allí. Marco tenía hambre. Cogió su libreta y se dirigió al restaurante. Allí probo los bocadillos vegetales con queso reales y no los virtuales de Tomás. El paso del tiempo hace mella en todo y el bocadillo no fue una excepción. El pan estaba blando y el tomate aplastado contra el queso que empezaba a amarillear en sus puntas. Tras el segundo mordisco y un sorbo de café abrió su libreta y continuo con la historia.
Decidió que Gilbert conocería al hermano de la mujer del vestido azul casi negro que estaba de espaldas mostrando sus hombros desnudos en la mesa frente a él. Los tres se emborracharían y se reencontrarían días más tarde en Mar de Estella cuando Gilbert hubiese acabado su contrato de cocina para tres banquetes en el hotel del paseo. Entre Eva, que es el nombre de la hermana ,y Gilbert surgiría una amistad que se extendería a lo largo de mucho años pero no tan hermosa como la historia aún sin desenlace de Tomás y Margó.
Tomás ganó la primera partida porque aunque Margó siempre hablaba muy bajo, él tenía más práctica en lo de guardar silencios. Fue cuando ella recogió las piezas y las volvió a colocar sobre el tablero que Tomás le ofreció un cigarrillo. Ella contestó que no fumaba como si nunca lo hubiese hecho pero no era verdad. Ella antes fumaba. La preguntó si le importaba que fumara él y accedió. Cuando aspiró la segunda calada las fichas estaban colocadas de nuevo sobre el tablero.
Margó gano la segunda partida pero a mitad de la tercera pidió un cigarrillo porque aunque había una forma de salir ella no la veía. Se sintió acorralada y como buena amante del riesgo le gusto una barbaridad. Jugo hasta el final luchando con cada pieza intercambiada siempre en beneficio del depredador. Tomás en cambio no sabía lo que hacia. Hacía muchísimo que no jugaba pero los movimientos le venían a la mente como algo natural. Le daba un poco de pena que Margó perdiera aquel tablero porque era ella quien lo había deseado y para él había sido tan solo un juego para pasar el viaje.
La cadena de malentendidos, palabras mal empleadas y muchos intentos de justificar obviedades desembocó en la risa. La risa es como traspasar la realidad hacia otra dimensión. Por unos momentos solo hay risa. Los pensamientos se desvanecen y con los pensamientos lo que se interpone entre nosotros y la realidad. Lo que ocurrió después Marco se lo imaginó. Estaba un poco celoso de la felicidad que regalaba a sus personajes de ficción. Mientras acababa de escribir se sintió mejor. Mucho mejor.
Estaba cansado. Llevaba muchos días dándole vueltas a como se encontrarían y como todo ello discurriría de forma diferente en cada uno de los personajes. Se atascó casi durante tres días intentando que Tomás y Margo se encontraran porque Margó le recordaba a una chica flaca que le gustaba desde hacía tiempo y le comprometía mucho ponerla en brazos de otro hombre. Al final decidió meterse en un tren de verdad para acabar la historia.
Además su madre vivía en Mar de Estella y estaba muy mayor, quien sabe si la volvería a ver, así que aprovecho la ocasión. La historia del ajedrez se la contó ella cuando niño y se preguntaba si no le molestaría que la hubiera manoseado literariamente, con ese toque picante con el que se reconciliaron y decidieron no deshacerse del juego. En todo caso el final lo escribiría a la vuelta. Apagó la luz sobre su sillón y se echó a dormir mecido por el traqueteo de la noche.