
Además de pensar en esto pensaba en las piernas de la señora que venia todos los sábados a almorzar antes de la una, en la textura del caldo sobre la cuchara de madera y si iría bien el pimentón picante acompañado de leche de almendra.
Pensaba en la descarga de preocupaciones que supondría pagar la última letra de la hipoteca dentro de dos meses y que quizás lo justo seria añadir un chorrito de jerez amargo. Pero cuando sus manos comenzaron a dar el último toque de aderezo todo desapareció de su mente. No podría recordar lo que había hecho pasados 5 minutos. En el fondo estaba orgulloso de que sus platos fueran irrepetibles.
Acercó el cucharón, entreabrió los labios con ternura y sopló. Uno a veces se da cuenta del arte que se demuestra al soplar. Como los grandes del jazz soplando con sus labios pegados a las boquillas de trombones, saxofones y trompetas. Así soplaba Paco cuando estaba inspirado. Manteniendo una distancia entre soplidos, que se iba acortando mientas aumentaban en la intensidad. Hasta por inercia tomar el líquido entre sus labios.
Definitivamente estaba buena. -¡Que digo buena!, y paso la lengua al cucharón.
Volvió a pensar en la mujer de los sábados hasta que desapareció el regusto de la calabaza dulce y la pimienta. Los demás ingredientes estaban allí como las cosas que son pero no están al alcance de nuestro entendimiento. Paco entre todo este mar de pensamientos se daba cuenta de que actuamos siguiendo una esencia que nos llama desde dentro y que no alcanzamos a comprender ni distinguir en la vida real.