domingo, 16 de noviembre de 2008

Cuentos de la luna pálida

Primer capitulo.


(Época de guerras durante la primavera de un año ya lejano junto a la orilla norte del lago Biua en territorio Omi)

Dos hermanos vivían en un pequeño poblado entre las montañas de Omni. Ambos estaban casados aunque solo Genhuro tenía hijos: el pequeño Genichi. La guerra acechaba por todos lados. En aquel entonces los grandes clanes samuráis peleaban entre ellos por el poder absoluto en el Japón y el país estaba sumido en el caos.

Genhuro además de campesino era alfarero. Su mujer: Miyagi, lo ayudaba haciendo girar el torno mientras el moldeaba el barro. La guerra se iba acercando. Se decía que los soldados de Shibata pronto llegarían al poblado.

Desoyendo las voces de la prudencia, Genhuro y Tobei se aventuraron hasta la ciudad de Nagayama para vender las últimas piezas que habían horneado en vez de quedarse y preparase para la llegada de los soldados.

La fortuna les sonreía. La presencia de los soldados de Háshiba había dado estabilidad económica a la ciudad. Las vasijas y cuencos se pagaban generosamente y el dinero se desbordaba entre las manos del artesano. Genhuro pensaba en todas las cosas caras que antes no podía comprar para su familia. Ahora tenía dinero y los colmaría de regalos a su regreso.

Tobei también tenía ambición. Quería ser un gran samurai, no un vulgar campesino a quien nadie respetaba. Vio pasar un grupo de samuráis y como quien persigue su última oportunidad corrió tras ellos. Corrió y corrió hasta llegar a su fortaleza. Allí se presento ante uno de los comandantes y suplicó de rodillas. Haría lo que fuera por ser samurai.

Los presentes reían viendo a aquel campesino paleto y harapiento arrastrándose para ser aceptado. Cuando tengas una lanza y una armadura regresa, hasta entonces lárgate de aquí, le gritaron mientras seguían riendo.

Mientras, su hermano había regresado a casa llevando regalos abundantes a su familia. No paraba de hablar sobre lo rentable que había sido la venta y lo bien pagadas que habían pagado las piezas. Su mujer estaba abrumada por los regalos, tanto, que le pareció excesivo que su marido quisiera empezar a trabajar de nuevo a la mañana siguiente.

Miyagi tenía todo lo que podía desear. Un marido trabajador y bueno y un hijo al que ver crecer. Ahora además, podría vestirse como una dama y comer alguna que otra delicia de vez en cuando. Genhuro sin embargo, seguía hablando de dinero, de lo importante que era en la vida y de todos los regalos caros que compraría a su Familia.

Ohama, la esposa de Tobei comenzaba a impacientarse. Cuando apareció Tobei; sucio por haberse arrastrado ante los samuráis y desconcertado por el viaje en la noche, ella arremetió contra él como lo hicieran en la fortaleza. Sin duda Tobei estaba en lo cierto al pensar que necesitaba el respeto de los demás aunque no estuviera eligiendo el mejor camino para hacerlo.

Los siguientes días pasaron en una febril actividad de trabajo. Miyagi aunque ayudaba sin rechistar haciendo girar el torno, se estaba dando cuenta de que su marido ya no era el mismo. El ansia de riqueza le estaba cambiando por dentro. Ahora su hijo le molestaba. No tenia tiempo para jugar con él. Ni para jugar, ni para hablar, ni para nada. Era un estorbo que no paraba quieto y quería comer y jugar a todas horas. Miyagi viendo esto le repetía a su marido que ella prefería trabajar menos y disfrutar de su hijo pero Genhuro, no atendía a razones.

*Una noche mientras las mujeres estaban alimentando el fuego para el horno de cocer la cerámica, los soldados de Shibata atacaron el poblado para saquearlo.

Genhuro obsesionado por el dinero que ganaría si vendiera sus piezas, seguía junto al horno alimentando el fuego mientras su mujer tiraba de el intentando convencerle para que huyeran. Finalmente todos abandonaron el poblado a tiempo. Permanecerían escondidos hasta que fuera seguro volver a sus casas.

Los soldados llevaban prisioneros a lo hombres con mejor suerte. En las montañas desde las que aún se oyen los disparos, Ohama hecha

de menos a su marido Tobei. El muy imprudente había vuelto para robar su lanza y armadura. Muchos de los soldados ebrios dormían la mona en los graneros. Casi lo cogen después de haber robado una simple hombrera.

Mientras en el campamento de refugiados Genhuro solo podía pensar en el horno que se estaba quedando sin calor. Miyagi no podía comprender como su marido estaba dispuesto a jugarse la vida por unas piezas de cerámica pero él ya se había decido a bajar. No veía mas peligro que la perdida de todas las riquezas que había imaginado la aparto de su camino pero Miyagi, temiendo por la vida de su marido, corrió tras él colina abajo.

El poblado parecía tranquilo aunque aun se oían gritos y disparos. Escondidos junto al horno veían a los últimos soldados coger lo que podían y marchar. Cuando todo paso abrieron el horno. Genhuro estaba fuera de si , daba saltos de alegría y gritaba. las cerámicas no solo estaban intactas sino que además estaban perfectamente acabadas. Ahora solo faltaba regresar a Nagayama y venderlo todo. Le darían una fortuna por ello.

Tobei apareció con la hombrera en la mano también el daba saltos de alegría. Acompañaría a su hermano y le ayudaría con la venta a cambio de una parte con la que compraría la armadura completa. Su esposa que traía a Genichi entre sus brazos no daba crédito a sus ojos. Sin embargo y al igual que Miyagi no creía que adentrarse hasta Nagayama con todos estos soldados deambulando fuera una buena idea. Temían por sus vidas. Sus maridos sin embargo estaban cegados por la ambición.

Con la esperanza de ganar mucho dinero se decidieron no sin grandes discrepancias de las mujeres a ir a la playa de Onowe. Ohama siendo la hija de un barquero es elegida para guiar la barca. Durante el viaje hablan de los grandes planes que tienen para cuando se hagan ricos y de lo bien que les están saliendo las cosas. Genhuro se comprará un almacén y se volverá un comerciante próspero. Tobei sueña con convertirse en un poderoso samurai; todos lo respetaran y le atenderán como a alguien importante.

Segundo capítulo.
Preámbulo.

Entre la bruma del río Ohama advierte que una barca se aproxima hacia ellos. Una embarcación a la deriva, fantasmagórica entre la niebla.

Al parecer el navío de transporte había sido asaltado por los piratas del río. Su capitán les pidió agua para calmar la sed. Casi sin aliento les advirtió sobre el peligro de viajar en barca especialmente si iban acompañados de mujeres. Los piratas son terriblemente crueles. Fueron sus últimas palabras.

El frío recorrió la espalda de todos los presentes. Las mujeres tenían que volver atrás y también Genichi. Pero Ohama no quiere volver. No se fiaba de su marido. Miyagi en cambio tenía que cuidar de Genichi. Genhuro le pidió que no volviera a casa. . Estarás mejor en las montañas, le dijo antes de dejarla en la orilla junto a su hijo.

El resto partió de nuevo hacia Nagayama. La suerte les fue favorable de nuevo y llegan sin riesgo. En la plaza hacia un día soleado. La mercancía se vendía con enorme facilidad y se estaba pagando mejor de lo esperado. La gente atendía a la llamada de Tobei reuniéndose alrededor del puesto y la verdad es que las cerámicas de Genhuro eran tan hermosas que parecían una ganga a ojos de los compradores.

Entre la multitud una dama se acercó al puesto del campesino y le elogió por la belleza de su trabajo. Hizo un encargo numeroso. Quería una jarra y tazas para tomar saque. La dama el increíblemente hermosa. Está acompañada de una anciana que le indica que piezas completarían el pedido y donde habría de entregar la mercancía. En la casa Kutzuki en el camino de la montaña.

En ese momento un grupo de samuráis cruzó la plaza. Tobei los vio pasar ante el y perdió la cabeza. Se olvido de que estaba vendiendo en el puesto de su hermano, se olvido de su mujer y lo peor de todo de que aquel dinero que portaba en la bolsa no era completamente suyo. Los samuráis se iban y el corrió tras ellos. Su mujer fue detrás de él pero sin suerte.

Cuando Tobei encontró una armería pidió una armadura que le sentara bien.
En seguida fue complacido. Además necesitaría una lanza. Ahora era un gran guerrero samurai. Metió la mano en la bolsa y pago al armero.
Mientras su mujer había llegado a una calle que desembocaba en la playa. En la lejanía la ciudad no era mas que un rumor tan solo alterado por las voces de unos hombres que se aproximaban.

Genhuro quedó solo y tras dejar alguien a cargo de la mercancía parte con el pedido de la casa Kutzuki. Al pasar por delante de un telar recordó a su mujer y la imaginó vestida con sedas tan bonitas. Ahora podré comprarlas, pensó. En ese momento la dama de compañía le toca el hombro. Habían salido a buscarle pues se demoraba mucho. Temían que se perdería sin encontrar el camino.

Un grupo de soldados llegó hasta donde Ohama descansaba. Comenzaron a incomodarla abiertamente ajenos por completo a sus protestas e insultos. Reían.
Entre dos de ellos la cogieron de pies y manos y la cargaron sobre los hombros.
Los demás aunque reían no parecían demasiado interesados. Entraron con ella en una casa abandonada de la playa desoyendo sus suplicas.

Cuando los hombres acabaron salieron y marcharon junto a los demás que los esperaban fuera. Antes de irse uno de ellos, satisfecho, arrojó sobre Ohama una bolsa de monedas. Ella se recompuso y salió. Los maldijo. A ellos y a su marido por haberla abandonado y arrastrado a este destino. Ahora se había convertido en una ramera que se vendía por dinero.


Tobei armado de pies a cabeza tomó el camino del campo de batalla donde los soldados de Jashiba y Shibata luchaban a muerte.
Su hermano Genhuro, acompañado de la bella mujer y su dama de compañía iba camino de la casa Kutzuki mientras su esposa Miyagi y su hijo Genichi vagaban solo por las por las montañas.

La ambición puede a veces ser recompensada para convertirse en algo peor aún. Ahora los dos hermanos tienen riqueza. Sus esposas vagan en cambio sin hogar y sin marido.



Capitulo tercero.

Genhuro acompañado de las dos mujeres por fin llego a la casa Kutzuki.
Era una gran mansión en el campo. Al llegar a la puerta Genhuro dejó el pedido en el suelo del porche e hizo ademán de marcharse. Sus reverencias y agradecimientos no acallaron la insistencia de la dama de compañía por que este entrara. No pudo evitar preguntar sobre la identidad de aquella mujer. La dama de compañía le dijo que se trataba de la princesa Guakasa, hija del difunto Kutzuki Zaemon antes de volver a insistir esta vez con éxito para que por fin cruzara el umbral.


La casa estaba en penumbra. Había numerosas estancias amplias cada una de ellas como el terreno sobre el cual Genhuro tenía casa y lugar de labranza. La princesa Guakasa lo llamo por su nombre. Le explico que había quedado sorprendida por la exquisitez y rareza de sus piezas de cerámica y había querido indagar sobre su autor. Genhuro agachaba la cabeza sin atreverse a admirar la resplandeciente belleza de aquella mujer. Se sentía abrumado por los halagos de aquella princesa por un simple campesino.

La dama de compañía entro en la estancia portando las piezas del artesano para beber sake. Se sentía doblemente halagado. Le dijo a la princesa que sus piezas ganaban en belleza si era tal su dueña. Era un honor para un campesino como él que alguien de tal porte les diera uso. Ella pregunto por aquel esmalte azul que remataba sus piezas y las dotaba de aquel brillo tan especial. Los halagos iban en aumento y Genhuro ya estaba fuera de si ante tanto reconocimiento.

Ella hablaba de como tanto genio necesitaba más reconocimientos que el de ser un simple alfarero de pueblo. Debía ser más ambicioso y ella podía abrirle las puertas. Pero...¿como? pregunto él. La respuesta vino dada por el ama de llaves.
Debes entregarte a la princesa esta misma noche, le dijo. antes de levantarse y dejarlos solos. La princesa era la mujer mas hermosa que había visto nunca. La emoción casi lo hace desmayar. Cuando se encontraba entre sus brazos rió y se levantó de nuevo. Dos doncellas tomaron a Genhuro y lo acompañaron a la habitación de al lado. Allí lo esperaba Guakasa. Estaba realizando un canto ceremonial..

Cuando ella acabó de cantar, una voz de hombre que parecía provenir de las mismas paredes de la casa fue escuchada. El ama de llaves explicó que ellas dos eran las únicas restantes de su dinastía y que aquella voz provenía de su fallecido señor. El alma del difunto señor aun vagaba por la casa y se ponía feliz si escuchaba la voz de la princesa.

Debían de sentirse alegres pues el padre de Guakasa estaba celebrando que su hija hubiera encontrado al hombre de su vida. A pesar de tal ofrenda Genhuro sentía un desasosiego que lo empujaba a abandonar la casa. Percatándose de ello, la princesa le rogó que se quedara, que no partiera aún.

Por la mañana Genhuro había sucumbido totalmente a sus encantos. Con el paso de los días iba olvidando su pasado. Con la princesa vivía tan solo para el disfrute de los placeres de la vida. Ahora poseía un palacio y su mujer vivía solo para complacerle. Que maravilla pensó. Esto es el paraíso.

Su esposa real en cambio, no estaba siendo tan afortunada. Las montañas tampoco eran lugar seguro. Soldados de ambos bandos sometían al pillaje todo poblado o casa que encontraban a su paso. Mataban a los hombres y violaban a sus mujeres. Cojian lo poco que los campesinos guardaban en sus despensas y seguían camino después de haberlo destrozado todo.

Con Genichi sobre sus hombros, Miyagi estaba escondida en el establo de una casa. Había oído a los soldados y busco un lugar seguro para su hijo. Una vieja de la casa, viéndola entrar allí la siguió para ayudarla a escapar. Ven, la dijo mientras la cogia de la mano. Miyagi tras un segundo de terror al notar una mano sobre su hombro, logro tranquilizarse y seguirla llevando a su hijo. La anciana le dio arroz y agua para el camino. Dentro de la casa se oía a los soldados devorar la poca comida que estaba al fuego.

Miyagi siguió a la mujer hasta las afueras del poblado y le dio las gracias. corrió montaña arriba cuando se encontro con tres soldados moribundos. Girando en torno a ella la amenazaban y le ordenaban que le dieran su comida. Sujetaba con fuerza el arroz bajo su manto, tanto que uno de los soldados se dio cuenta de que escondía algo. Tiro de su mano con fuerza y arranco la comida que llevaba. Sobre el se abalanzaron los otros dos soldados.

Luchaba con ellos inútilmente. La apartaron de un empujón. Era la comida de su hijo. No podía permitirlo, ni siquiera era para ella. En aquel momento del forcejeo uno de los soldados, borracho, la hirió con su lanza en el vientre para quitársela de encima. Miyagi calló al suelo de bruces. Sobre su espalda el niño lloraba. El llanto del niño se perdió entre las montañas junto a los gritos de los soldados que ahora peleaban entre si por el ultimo pedazo de comida.

En el campo de batalla Tobei había conseguido alcanzar la primera fila. Llego a los pies de una casa abandonada y se escondió. Desde donde estaba podía ver a dos samuráis hablar entre ellos. Sus ropas estaban cubiertas de sangre. Uno de ellos pedía al otro que lo ayudara a morir. Parecía malherido. Sin contemplaciones el segundo desenvainó su katana y hundió la hoja en su carne.

Mientras el superviviente se lamentaba por el último favor que había tenido que hacer a su amigo, Tobei salto sobre el sin ser visto y lo atravesó con su lanza. Herido, cayó al suelo donde Tobei lo remató.

Esa misma noche en el campamento de Shibata el comandante preguntaba a los soldados que era todo aquel alboroto. Al parecer el campesino había regresado con su armadura y un regalo para él. Al abrir el regalo quedo horrorizado y complacido. Le pregunto si lo había encontrado tirado en el campo de batalla. Tobei no dejaba de repetir que había sido él quien lo había matado y que ahora traía su cabeza para demostrarlo.

Katsusige Fuba era uno de los más temidos espadachines del ejército de Jashiba. El comandante estaba tan contento que le concedió a Tobei aquello que más deseara. Tobei pidió un caballo y soldados a su servicio. Al comandante le pareció bien poco así que se lo concedió de inmediato.

Al día siguiente todos se giraban al ver pasar a Tobei. Su porte ridículo le hacia parecer aun mas distinguido. Todos se preguntaban quien era ese señor samurai, y corría el rumor de que había matado al famoso espadachín Katsusige Fuba con sus propias manos. Al pasar junto a una casa alegre la propietaria salió a saludarlo y a ofrecer sus servicios tanto a él como a tus hombres. Este accedió y los soldados lo celebraron a la vez que abrían paso a su señor ente los clientes del burdel.

De repente un gran alboroto en una de las habitaciones llamó la atención de todos los presentes. Al parecer uno de los clientes pretendía escabullirse sin haber pagado la cuenta de su concubina. Esta despertó de su ligero sueño al sentir los pies sobre el suelo. Comenzó a gritar. Maldecía a aquel con tales reproches que por su familiaridad llamo la atención de Tobei. Se abalanzo sobre ella. No podía ser. Era Ohama. Su propia esposa.


Capitulo cuarto.

Ohama disimulaba sus sentimientos. Hablando con Tobei le felicitó por sus progresos. Saltaba a la vista que ahora por fin era un gran samurai. Ella tampoco podía quejarse. Ahora bebía sake cuando le apetecía y podía pasar cada noche con varios hombres. Que más podía desear. Salio al jardín y comenzó a llorar. Que importaba que su mujer se prostituyera si el tenia lo que quería. Ese era uno de los sinsabores del poder. Tobei la miraba aterrado y arrepentido. Ohama se ofreco a el por dinero como lo hacia con los demás hombres con los que había estado.

Tobei pedía perdón una y otra vez. El quería ser samurai por ella por ganar su respeto. No sabía que había llegado a esto. La amaba. Para él seguía siendo su esposa. Tan solo quería volver con ella a casa. Así se lo pidió y ambos partieron hacia su antiguo hogar con los ojos llenos de lágrimas.

Genhuro partió aquella mañana a hacer comprar al pueblo. Paso por una tienda de regalos y quedo maravillado. Serian para su princesa pero no llevaba suficiente encima. Hablo con el comerciante y le pidió un descuento. El vendedor apartó uno de los regalos. Genhuro no quería desprenderse de el, así que insistió. Si lo lleva a la casa de Kutzuki la pagare el resto.

El vendedor palideció al instante. La casa de Kutzuki!!! Lléveselo!!! Se lo regalo. Aparto la mirada de él y no quiso saber nada más. De camino a casa se encontró con un hombre santo. Le detuvo y le advirtió. Algo sombrío había anidado en su rostro. Era la misma muerte. Le pidió que regresara pronto si tenia familia o que le esperaría la desgracia. genhuro no quería escuchar pero tuvo que hacerlo.

El hombre santo le advirtió que la princesa era un alma en pena. Un fantasma condenado a vagar por la tierra sin paz para su alma. Debía protegerse contra la magia de la muerte y si el no quería, seguía siendo responsabilidad del hombre santo darle protección así que se lo pidió una vez más. Genhuro accedió y el hombre santo escribió palabras sagradas en su cuerpo antes de que regresara a la mansión Kutzuki.

Cuando llegó, no podía disimular el desconcierto y el miedo en su rostro.
La princesa le preguntaba por su extraño estado de humor pero Genhuro no quería responder. Lo hizo el ama de llaves. Insulto a aquellos que le habían echo desconfiar y maldijo las malas lenguas. Pero al dirigirse a Genhuro le recordó el pacto que había hecho. Debía permanecer para siempre al lado de la princesa. la anciano comenzó a hablar. Nunca lo dejarían salir de allí.

Fue entonces cuando Genhuro confesó que estaba casado. La princesa le dijo que se olvidara de ellos pero al intentar sujetarlo sus manos, sintió la magia del hombre santo. No podían tocarle. Pero insistían entre halagos y amenazas. El alma de princesa había sido rescatada por el ama de llaves ya que sufría por su prematura muerte. No había conocido la felicidad de ser mujer y amar a un hombre. Por ello la ama de llaves se había hecho cargo de su alma. Ahora él iba a romper su corazón y condenarla de nuevo a la desgracia.

Genhuro salió corriendo de la casa implorando perdón. Pensando en quitarse la vida cogió una katana de la casa. Al llegar fuera cayó inconsciente. Allí lo encontraron, ala mañana siguiente unos soldados de Jashiba. Lo acusaron de haber robado el sable que tenia en la mano junto con otros tesoros del templo. Cuando vino a decir que aquella katana provenía de la casa Kutzuki se rieron de él. Aquella casa había sido destruida hacia tiempo y todos sus moradores habían encontrado la muerte.

Le quitaron el dinero y lo dejaron partir. Tampoco existía una cárcel a la que llevarlo. No quedaban cárceles a causa de aquella maldita guerra. Las ruinas visibles de la casa acecharon a genhuro como un eco en la distancia. Realmente había sido todo una ilusión. Así vago el la noche hasta alcanzar su poblado.

Al llegar y entrar en la casa su corazón se desbordo de felicidad y arrepentimiento. Llamaba incesante a su mujer. Al entrar la encontró calentando el fuego. Su hijo Genichi dormía. Miyagi no quería las explicaciones de su marido. Lo más importante es que había vuelto.

El lloraba comprendiendo como la codicia lo había apartado de las cosas que más quería. Su mujer le preparó sake caliente y algo de comer. Genhuro estaba cansado y pronto quedo dormido junto a su hijo. Por fin estoy en casa, repitió hasta quedar inmerso en un profundo sueño.

A la mañana siguiente los gritos de los vecinos despertaron a Genhuro. Todos buscaban a Genichi. Al ver a su padre salto la alegría. Habían encontrado a los dos hombres de la familia a la vez. Sin embargo aquella alegría se torno extrañeza cuando genhuro llamó a su esposa. Lo miraban como a un loco que ha perdido la razón. Finalmente un vecino le contó la historia de la muerte de Miyagi.

Todos estaban sorprendidos de que el niño supiera del regreso del padre. El solo había llegado hasta su antigua casa a esperarlo. Genhuro lloraba sin cesar dia tras día hasta que una mañana volvió a escuchar la voz de su mujer.

La voz de Miyagi estaba llena de ternura. Estoy aquí junto a ti , le decía. Veo en tu corazón que ya no tienes dudas. Yo te acompañare siempre, te daré fuerza y valor y serás el hombre que siempre quisiste ser. Lo animó para que retomara su vida y volviera al trabajo. Lo halagaba cuando las piezas eran hermosas y lo seguía ayudando a girar el horno.

Un día se despidió para siempre. Su alma era feliz pues veía al propio Genhuro feliz de vivir su vida. Ahora podía por fin descansar en paz. En la casa de al lado su hermano Tobei trabajaba sin descanso. También él y Ohama habían encontrado la felicidad viviendo como personas humildes.