Capitulo 1
La infancia deja huellas.
Hay momentos en la vida de toda persona en los que nada sale según el orden natural de las cosas. Aquel lunes de Mayo, sentado en el asiento de su coche con las ventanillas subidas a pesar de los treinta grados reinantes bajo el sol de mediodía, la cara de Ernesto era un mapa sin tesoro y sin salida.
Llevaba más de dos noches sin dormir aunque si se los preguntaran no sabría especificar cuantas exactamente. Existe un límite entre los sueños, la vida real y la vigilia. En el caso de Ernesto había sido pulverizado cual marca olímpica en una tarde de gloria y dopaje.
No se sabe muy bien cuando ocurrió este hecho determinante en su vida. Mientras se miraba en el retrovisor ajeno al tráfico y los peatones recordó la noche que derramó disolvente de un frasco que había en el cuarto de su hermana mayor sobre la manga de su pijama.
Como aquello de los cuartos de los hermanos mayores está rodeado de tabúes y pequeñas palizas recordatorias, Ernesto cerró el frasco y corrió hacia la habitación, cerró sigilosamente la puerta tras de sí y se zambulló en las sábanas de su cama plegable. Al girar sobre si mismo se dio de bruces con la manga empapada de su pijama. El olor era muy fuerte. Al instante un mareo muy agradable acompañado de calor se apoderó de su cuerpo.
Pegó la nariz y estuvo en la misma posición hasta que los efectos del disolvente parecieron desaparecer. Por supuesto que los efectos no habían desaparecido del todo pero al así percibirlo Ernesto, se levantó, con apenas seis años de edad, a por su segunda dosis.
A la edad de quince se encontró con un grupo de punks, de los que se enderezaban la cresta con jabón Chimbo en la primera fuente que se encontraban, pasándose una bolsa de plástico de la compra llena de pegamento industrial. Su madre que lo habia reclutado aquella tarde para que cargara como una mula con veinte kilos de compra ni siquiera se extraño de que le preguntara tan solo por el jabón. Ernesto no necesitaba saber nada más.
Algo en la vida de Ernesto lo precipitaba constantemente hacía el caos. A pesar de ser completamente consciente de esto, cual Elektra y su complejo, no tenía en su poder la llave para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Por fin se decidió a abrir la puerta y salir del coche.
Capitulo 2
El imprevisto de Rosa Arrollo
La razón por la cual no había pegado ojo en el último mes se debía a las correcciones que había tenido que hacer por un encargo urgente de un libro de un autor boliviano. Debido a la insensatez gramatical y ortográfica de su creador, Ernesto tuvo que traducir a la lengua española las doscientas veinticinco páginas de la crónica de una comunidad en los límites de la selva amazónica.
Volvía a su casa tras haber recogido una copia en papel de su trabajo que su impresora solo imprimía en rojo lo cual le distraía enormemente de la lectura.
Al llegar a la entrada se encontró a la editora en persona. Rosa; la gran Rosa Arroyo lo esperaba sentada sobre la casa para gatos que había junto a la puerta.
La mujer parecía muy apurada. Los entraron en la casa y con un café de por medio
Rosa le explicó que el autor en un arrebato de celos hacia su mujer que había sido vista con cirugía y amante, ambos nuevos. El hombre empañado en lagrimas y vapores etílicos de dos días consiguió subirse en un avión hacia La Paz no se sabía bien si para visitar a su suegra o matar a su mujer.
Había un imprevisto. Eso dijo Doña Rosa que para estas cosas de hacer comulgar con ruedas de molino era una autentica experta después de haber pasado media vida en el caribe. El imprevisto fue que al no haber firmado el contrato no recibiría la paga de lo acordado ya que la editorial no podía mover un dedo para publicar la obra e iniciar su comercialización a pesar de poseer el manuscrito.
Para abreviar: doña Rosa iba a dejar tieso a Ernesto hasta que se resolviera la estupidez de no haber tenido la documentación a punto hasta el último momento.
La cosa no pintaba nada bien. La Paz está muy pero que muy lejos hasta en los mapas pequeños. Solo podía pensar en que en algún momento de aquellas tres últimas semanas había perdido su vida y necesitaba empezar a recuperarla empezando por la cama.
La mujer se despidió aprovechando la guardia baja y desapareció por la puerta con un billete de vuelta para la capital. Solo en el salón de su casa y tras una serie irregular de cabezadas se quedó dormido. La tarde estaba cayendo y las sombras de los cactus en el jardín se estiraban mientras los gatos volvían, al sentir a su amo, a pedir comida.
Enfrascado en su trabajo se había descuidado en hábitos tan importantes como comer caliente y los gatos no fueron menos.
Ahora Ernesto dormía y soñaba que sentía el sol enrojecer sus parpados mientras lo contemplaba con los ojos cerrados una tarde de verano de cuando tan solo tenía dieciséis.
Capitulo 3
La oscuridad.
la comida de los gatos no fue lo único que descuidó en todo este tiempo. El aviso de la compañía eléctrica permanecía desde hacía al menos tres semanas enterrado bajo la correspondencia y la publicidad en la mesa de la cocina. Cuando despertó aquella tarde de viernes y pulso el interruptor no se hizo la luz. Cogió el teléfono para llamar pero al ser inalámbrico no funcionaba. Tras remover entre el montó de cartas encontró la ganadora con el membrete de la compañía y se dirigió a la oficina de correos.
Aún estaba a tiempo. Eran apenas las seis y media. La oficina no cerraba hasta las ocho. Cuando llegó su turno entrego el recibo y el dinero a la señorita de la ventanilla. Salió a la calle sacó el teléfono de su bolsillo y mientras se metía en el coche llamó de nuevo a la compañía eléctrica.
Lo atendió una señorita que comprobó como efectivamente el ingreso había sido realizado. Fue muy amable y le permitió enchufar el cargador del móvil. Le comentó que era extraño que le hubieran cortado el suministro sin el tercer aviso pero aquello no sirvió de ningún consuelo a Ernesto. Al parecer los técnico de la compañía solo trabajaban hasta las ocho y media así que tampoco había garantías de que aquella noche tuviera luz en casa.
Antes de que acabara ese día; esas últimas veinticuatro horas de insomnio, tenía que corregir un artículo de prensa. Una columna de seiscientas palabras. Pensó una solución. Esta vez llamó a una amiga que tenía un oficina en las afueras. Antes de pedirle las llaves habló durante diez minutos en los que tuvo ir explicando la cadena de efecto domino que lo habían traído hasta ese punto.
A la altura de lo del boliviano borracho subiéndose a un avión su amiga lo interrumpió a carcajadas y le dijo que por ella era suficiente; que podía pasar a por las llaves cuando quisiera. Tras colocar el ordenador de mesa y el monitor en la parte d atrás de su coche tomo dirección este en el desvió. La tarde casi había desaparecido bajo el manto de la noche. Aún le quedaba tiempo. Ernesto a estas alturas no sabía bien si hablaba de su vida o de las seiscientas palabras del articulo.
Acordó dejar las llaves en el macetero de la entrada de su casa y después de despedirse tomó la carretera del norte. De vez en cuando volvía una sensación de
estar acompañado. Ernesto saludo a su ángel con el pensamiento por que no hacía falta hablar después de tantos años. Su ángel le recordó que lo estaban esperando desde hace tiempo. Se está acercando el momento de conocerla dijo en voz baja. Al susurro del ángel le siguió el silencio del motor del coche pues ya había llegado.
Suspiro y miro al cielo estrellado. Pensó que ángel tenía razón y que en algún lugar ella lo estaba esperando.
Capitulo 4
El fantasma del ahorcado.
Abrió el maletero y saco primero el cajón del ordenador. Camino con el hasta la puerta y lo dejo en en suelo para poder usar las llaves. La casa era bastante vieja y las cerraduras no iban bien aunque la mayoría del espacio estaba reformado y era muy acogedor. La puerta se abrió con un suave quejido de madera. Al dejar la torre sobre un escritorio oteo una pequeña cafetera y una lata de galletas. Cuando acabó de traer e instalar el ordenador se preparo un café con leche y fumó, después de un día de abstinencia, su primer cigarrillo.
El silencio del edificio estaba lleno de ruidos extraños. El motor de la maquina expendedora del pasillo se deformaba en los altos techos asemejándose al del lejano viento. La madera de las ventanas crujía de vez en cuando ante el frío de la noche y por algún motivo el no podía quitarse de la cabeza la historia del ahorcado que encontraron en el descansillo de la escalera donde ahora estaba el cuarto de la luz..
Empezó a trabajar. Cuanto antes acabe antes me vuelvo a casa. Por lo menos allí no tengo familiares vagando. Solo los gatos ¿Les habría dado de comer hoy? No lo recordaba así que seguramente no. La columna era de seiscientas palabras y parecía cosa facil y entretenida pero a los veinte minutos las luces de toda la oficina se encendieron al unísono. Un escalofrío se apodero de Ernesto que sentía que la sangre no le llegaba a los miembros.
No era cuestión de ponerse nervioso pero le costaba mucho mantener la concentración porque ahora un mundo de muebles vacíos y puestos de trabajos desiertos se abría ante el. Prefería la oscuridad. Parecía que al ahorcado le gustaba más la luz. Intentaba no tenerlo presente. Quería creer que no era mas que un temporizador mal ajustado como cuando las farolas de la calle se encienden a las doce del mediodía.
Avanzó otras doscientas palabras y la luz volvió a irse de golpe. Esta vez Ernesto lo paso mal de verdad porque ahora, lo de estar a oscuras, no le hacía ninguna gracia. Tampoco se atrevía a ir al cuarto de la luz no fuese que se diera con los pies del ahorcado mientras buscaba la palanca. Empezó a ponerse pálido. Su ángel no estaba. Nunca estaba cuando hace falta. Segura que había vuelto al otro lado de la comarca con ella. Solo que ría acabar. Lo antes posible para vencer el miedo comenzó a pedir con todos los respetos y temores al señor fantasma que solo por aquella noche lo dejara trabajar tranquilo.
Parece ser que las lagrimas de desesperación de Ernesto hicieron efecto y pudo acabar, no sin ciertos sobresaltos por ladridos lejanos y el motor de la máquina del pasillo, la corrección de la columna. Afuera la noche había subido tres grados su temperatura. Eran las tres de la mañana. Cuando subió al coche encontró a su ángel dormido en el asiento del copiloto. Lo tapó con su chaqueta y puso la radio.
Capitulo 5
El agua.
Cuando Luis de Góngora lloraba junto a la orilla del mar no hablaba de un mar de verdad frente al que la protagonista se sentaba a verter lagrimas. Llorar frente al mar significa abrirse a la tristeza. El cansancio estaba haciendo mella en Ernesto y la promesa de su ángel pesaba sobre sus hombros. Necesitaba ser mecido como un bebe sin las preocupaciones de un mundo hostil que solo quería su tiempo al mejor precio posible.
La noche era caliente. Después de enviar la corrección podría dormir todo el día. Solo necesitaba una ducha fría. Mientras conducía las canciones sonaban mas reales y llenas de sentido que en el ajetreo de las horas del día. Incluso sus pensamientos sonaban más claros en esta hora desvelada. Sus emociones en cambio le hacían sentir que su vida se disolvía como una gota de agua en un mar que no era el suyo.
Aparco frente a la entrada y abrió la puerta. Pulso el interruptor de la luz. A tientas avanzó por el pasillo hasta alcanzar el baño pisando el rabo de uno de sus gatos. Se tendió en la cama y sin tiempo a decidir quedó dormido.
A las nueve y cuarto de la mañana y por equivocación, un milagro de llamada telefónica preguntando por Bernarda Bertol lo despertó de un profundo sueño. Cuando vio la hora en su móvil salto de la cama y se corrió, golpeándose con las paredes del pasillo, hasta el baño.
Se desnudó, entró en la bañera, cerró la cortina y giró la manilla del agua caliente. Una agradable sensación de limpieza y pulcritud estuvo a punto de inundar el cuerpo de Ernesto pero nada ocurrió. Si no había electricidad tampoco había bomba de agua y, sin esta ultima presión. Esto último resulta paradójico porque Ernesto se sentía bastante presionado a estas alturas de su aventura.
Aún no eran la once; hora en la que el día anterior se había quedado sin tinta en la impresora la misma mañana que tenía que enviar el trabajo de un mes después de una última corrección. Maldecía el día en que dejo la farándula. En aquel entonces los artistas contrataban para sus giras a los mismos equipos de gente y pasaban en la carretera meses antes de volver a casa. Los circos eran lo más complicado. Aunque estaba bien pagado, aguantar a una compañía de circo era una aventura digna de titanes.
Una noche su ángel lo llamo para decirle que había encontrado su alma gemela y que su vida tenía que cambiar. Ernesto, después de aquello, siempre afirmo que la vida real, la que queda lejos de las aventuras de carretera, es el peor de los circos.
Capitulo 6
Hablar con Dios.
Después de enviar un mail desde un locutorio donde el tufillo que desprendía llamó la atención de todos los presentes regreso a su casa. Los gatos maullaban y se frotaban contra sus pies. recordó que el también tenia hambre y mientras colocaba galletas en los demás tazones en el suyo colocó cereales.
Decidió permanecer allí. Sentado en el sillón de cuero negro del salón con el tazón de cereales vacío a sus pies hasta que llegara el técnico de la compañía y tras haber pagado sus facturas recobrar su vida. Como el técnico se demoraba decidió tener una pequeña charla con Dios.
El contenido de la conversación no es especialmente relevante. Esta vez solo destacó la pregunta que Ernesto hizo sobre el eterno retorno al que su vida se sometía cada ciertos años. Incapaz de evitarlo se veía envuelto en las mismas circunstancias y con los mismos patrones desaguisados. ¿Es esto todo? El silencio respondía que sí pero Ernesto quería cerciorarse bien porque iba a mandar a paseo a dios y eso es cosa seria.
Encendió el último cigarrillo de la cajetilla y se lo fumo salud del santísimo. Sobre la mesa la copia del texto del boliviano esperaba inútil como el sentido del tiempo que ahora acompañaba a Ernesto. Apagó su cigarrillo en el tazón de cereales, se levantó del sillón y cogió el teléfono.
Marco el número de Rosa Arroyo y le propuso editar un libro de contenido semejante al del boliviano. Incluso hablaba de los mismos pobladores pero el estilo era mucho más sofisticado. Al otro lado del auricular Doña Rosa daba saltos de alegría mordiéndose el labio porque aquello iba salvarla de un bochorno cuando llegará el lunes y se presentara ante sus socios con las manos vacías.
Quien iba a saberlo. De repente el silencio de jardines que rodeaban la casa de Ernesto desapareció bajo el ruido de los electrodomésticos volviendo a funcionar.
Lleno la bañera con agua y sales de baño y se hundió bajo el agua teniendo la breve y agradable sensación de desaparecer solo por un instante.