Capitulo 1. El regreso.
La mayoría de las historias tienen su comienzo donde tiene que ser: El principio.
Esta historia sin embargo comienza casi al final: En el regreso.
En aquel humilde autobús de linea que recorría frondosos barrancos y llanuras desiertas .
Los rostros eran muy diferentes de los que dejo atrás en la ciudad. El sol que entraba por la izquierda vino a posarse en la mano del chófer tras la última curva.. Aquellas manchas en la piel se la hacían tan familiares...eran manchas que habían sufrido sus abuelos, sus padres y vecinos...solo las monjas, siempre con sus guantes a pesar del calor .
Se asusto mucho el día que vio las manos desnudas de Sor Cipriana. Eran blancas , tan blancas que se la antojaron casi muertas.
La gente del campo en cambio, tenia manos con grandes dedos hinchados por el sol y el azadón. Manos entre las que cabía una niña pequeña y se la hacía volar para caer sobre la paja en las tardes de verano. El sol entre las cortina seguía iluminando al azar a los pasajeros en cada curva. Cada uno de ellos llevaba algo de otra persona que había conocido; que recordaba muy bien haber visto pasar o salir de la vieja tienda en la plaza en aquel pueblo que la vio crecer.
Hora y media después la despertó la señora que viajaba detrás de ella.
Doña Casilda viendo que no se movía y que solo quedaban ellas dos en el autobús, llevaba ya un buen rato dándole golpecitos en el hombro, pero la señorita parecía muy a gusto allá donde la hubiere “llevado la barca”; como Doña Casilda llamaba a esto de irse tan adentro en los sueños. Un buen meneo fue lo que despertó a Beatriz veinte minutos después de las cinco.
Doña Casilda!!! El grito escapó por las puerta abiertas del provincial, entró en la cafetería y hasta tuvo gancho para derramar el azúcar que Don. Ilário el de los ultramarinos estaba vertiendo en el carajillo de las cinco. Por dios!!, exclamo.
Risas y alborozo y algún que otro : ¡pero hija! inundaron las estación del Provincial por lo menos otros veinte minutos cuando el chófer les pidió educadamente que bajaran ya del autobús.
Capitulo 2. Las fotos de Beatriz.
Beatriz volvió al pueblo después de haber pasado mas de treinta años en Barcelona.
Cuando marchó no llevaba mas que una maleta y una cartera con las fotos que aquel verano se había hecho junto a las demás en el rió. Aquel papel medio anaranjado por el paso del tiempo volvía con ella a encontrarse un poco en los recuerdos.
Doña Casilda la acompaño hasta la puerta de la casa de sus padres y la dejó con un poco de prisa aunque prometió contar a las vecinas que había vuelto Beatriz la Hija de Armando y Carlotta. Antes de que pudiera ponerse a ordenar un poco llamaron a la puerta. Llamaron a la puerta, y el sonido era el de cuando la venían a buscar para jugar al tejo mientras aún había luz en la calle. Madre decía no y Padre sonreía le daba 5 pesetas y le hacia prometer que esta vez esta volvería al principio del atardecer y no al final como la última vez que lo prometió.
Así que al abrir la puerta no vio a aquella menuda mujer. No la vio vieja ni cansada
ni siquiera le vio un poquito la tristeza que desde hacía años la rebosaba el alma, solo veía a María Eugenia y ya estaba a punto de decirla que la habían dado 5 pesetas cuando se dio cuenta de que habían pasado uno tras otro aquellos 34 años.
Las dos se abrazaron y estuvieron entre risa y llanto un buen rato. Parecía cansada
así que Beatriz la pidió que se sentara mientras preparaba café. Un café que se lleno de conversación de tiempos pasados hasta que se hizo de noche... María Eugenia se sobresalto al ver la hora que era. De repente era otra vez la mujer agobiada que llamo a la puerta. Se despidió a todo correr tan solo diciendo que se tenia que ir, que había hecho una tontería.
Beatriz volvía a tener catorce años y María Eugenia tenía otra vez miedo de volver a casa porque se le había hecho tarde. Un día que sus padres discutían María Eugenia se metió por medio a defender a su madre y las dos acabaron con bofetadas. Desde entonces el padre no le dejaba pasar ni una. Beatriz se dio cuenta porque desde entonces ya no iba al río con las demás.
Fue un día al ir a buscarla a casa que la encontró en el patio con la cara hinchada.
La hizo prometer que no diría nada; se lo pidió por favor una y otra vez.. De aquello sin embargo casi ni se acordaba hasta que volvió a verlo en sus ojos.
Cerró la puerta tras de ella. Aquella noche Beatriz quedó mirando al techo. Recordaba a Doña Casilda diciéndole que había cosas que seguían igual y otras que habían ido a peor. La poca luz de la fachada que entraba reflejada por la ventana creaba lineas y sombras en la habitación. Entre ellas fue dibujando historias hasta quedar dormida
Capitulo 3.Regar las plantas.
Cuando decimos regar las plantas no hablamos de echar agua en una maceta. Hablamos de comprender la cantidad de agua necesaria y como ha de ser administrada. El agua es el cauce de los sentimientos. Hay fotografiás que muestran dibujos microscópicos en una gota agua dependiendo de lo que haya escrito en la botella.
Una planta se quema, amarilleando y muriendo sus hojas, igualmente por exceso que por defecto de agua. Cuando ha estado largo tiempo sin agua conviene regar de nuevo poco a poco. La voz del locutor se perdía por los pasillos de la casa. Eran las nueve de la mañana. El gallo había cantado hacía tres horas. Un documental y un café parecían ser los únicos madrugadores, cuando llamaron de nuevo a la puerta.
Al abrir un griterío de besos y manos entró en la casa. Los nombres se gritaban y los abrazos estrujaban aquella piña de mujeres en la puerta del patio de la casa. Habia pasado mucho tiempo. Con las mas cercana había mantenido correspondencia pero con alguna de ellas no habia hablado en los últimos 30 años. Allí estaban como una vez estuvieran en aquellas tardes todas reunidas. Beatriz se dio cuenta de que como en aquel entonces faltaba su mejor compañera.
Hablaron de viajes ,de ciudades, de hombres de todo aquello que habían imaginado en su intimidad aquellas tardes junto al río. En realidad era Beatriz la que hablaba. Las demás escuchaban como cuando leían cuentos y relatos. Se las quedo mirando sin atreverse a preguntar. Ellas también parecían cansadas; no de ayer ni del último mes. Les costaba recordar que una vez pudieran haber soñado de aquella manera con aquella facilidad.
Durante los dos últimos tercios de su vida habían ido renunciando a sus cosas. De jóvenes había clases de música y una biblioteca que traía viejas suscripciones de las revistas mas modernas de la capital. La parroquia les hacia las veces de intermediario para que el cine club tuviera un clásico de lujo cada dos meses y ellas iban pasando el cepillo por las tiendas en honor al séptimo arte. Ahora no quedaban ni sus libros, ni películas, arte en general..
Solo Doña Casilda que le pedía a su sobrino en la capital que le mandará los DVD de liquidación en grandes almacenes, seguía un poco en activo a pesar de su edad. A ella siempre le pirro esto del cine y los clásicos estaban por los suelos.
Conciliaba las noches de insomnio tan características a sus años frente a Katherine Hepburn y Humprey Bogart. En la Higuera tal y como en Gilda no había sitio para la insolencia de una mujer como Rita Hayworth
Capitulo 4. La fiebre y la rabia.
Las chicas no tenían según ellas, mucho que contar. Trabajaban con sus maridos y cuando estos terminaban el jornal a ellas les tocaba los niños y la casa. Al final preguntó. Preguntó por María Eugenia.
Cuando el silencio se fue estirando hasta hacerse insoportable. Celeste comenzó por fin a hablar; a contar como se había casado con Amancio porque su padre así lo había querido.
Luego le contó que como ya estaba acostumbrada a que su padre la tratara tan mal, trabajó como una mula en los campos y en la casa hasta caer enferma. Amancio que se las tuvo que componer solo, volvía al bar malhumorado y lamentándose de haberse casado con aquella mujer que se pasaba el día sin hacer nada. Como María Eugenia hacia el trabajo mas laborioso ahora el se veía obligado a trabajar el triple para mantener la cosecha y se desahogaba haciendo creer a todo el mundo que aquella enfermedad no era mas que un mero producto de su invención.
Un día despertó con un hambre terrible. Fue el primer síntoma de su recuperación.
El día que por fin salió de casa, fue donde de Doña Casilda a por huevos frescos. Se paso media mañana contándole a la buena señora como había vivido aquellas fiebres tan terribles; levantándose para limpiar y cocinar y, sin apenas fuerzas para nada mas, volver a la cama.
Doña Casilda había escuchado a su marido por la calle con la cantinela de que la mujer no quería trabajar y que no la extrañaba que su padre la tuviera que estar dando de sopapos cada dos por tres. Los más brutos le respondían que si al padre la había ido tan bien, tendría que aplicarse el cuento. La regalo los huevos y unos calabacines que tenia estupendos y la vio marchar de vuelta a casa.
Así se enteraron todas. Después nadie quería hablar de ello. Se empieza hablando y se acaba tomando partido y en La Higuera se sabia de todo y se hacía mas bien nada. Solo las mas cercanas compartían aquel silencio que rodeaba a María Eugenia en ciertos momentos. Los días pasaban entre el campo y la casa y cada vez se la fue viendo menos.
A Celeste le temblaba la voz. Tenia los ojos llenos de culpa. Así se sentía. Culpa de no saber ayudar, de no plantar cara, de no hablar las cosas importantes cuando hace falta. Le fueron saliendo las lagrimas. Beatriz reaccionó abrazándola. Después de casi una noche sin dormir ya se había imaginado de todo ella sola. Aún estaba muy unida a María Eugenia. Veía por sus ojos y podía sentir lo que había en el fondo de su corazón.
Capitulo 5: Una habitación sin esquinas.
Por fin estamos a la hora exacta en el lugar donde todo comenzó. La vieja casa de los padres de Beatriz tenia una suerte de torreón o antiguo molino que había sido anexionado no se sabe cuando. Allí quedaba ahora una biblioteca de los tiempos de la II República llena de revistas literarias, tratados sociales sobre las uniones del mismo sexo, panfletos de teatro, librillos de ilustraciones, catálogos de muebles de diseño modernista... todo se confundía con la formalidad que algún que otra enciclopedia de botánica y zoología le podía dar.
Allí las llevo a todas y las sentó como se sentaban en circulo para ver teatro. Durante la hora siguiente se pudo pasar de hablar tímidamente de ello a alcanzar la determinación de ayudar como fuera a María Eugenia. Fue aquí, en esta habitación sin esquinas donde estas apenas 10 mujeres decidieron levantar una losa que llevaba hundiendo a su amiga desde hacia 30 años.
Se decidió en primer lugar hablar con el Alcalde para que la autoridad comenzara a inmiscuirse en aquellas propinas que repartía el Amancio. El alcalde prefirió levantar la polvareda en casa de aquel animal que en su propio despacho, viendo el rictus de determinación que acompañaba aquellas señoras. Al día siguiente el alguacil llamo a su puerta y le dejo cita para la alcaldía. Cuando regresó a casa estaba encendido.
El alcalde viendo que el Amancio se le había puesto chulo, primero intento hacerle entrar en razón pero la cosa fue a peor hasta el punto de que decidió darle advertencia de que habría calabozo y denuncia aunque tuviera que llamar al cuartelillo de La Olla. Después de esto la conversación que se desbordaba a grito pelado por la casa tuvo que ser atajada por el alguacil que mediante un mamporro y unos cuantos tirones lo dejo de vuelta en casa.
Los vecinos se asomaban incrédulos y cada mirada iba golpeando un poco más a Amancio. María Eugenia que no sabía nada estaba en la parte de atrás dando de comer a las gallinas. El hombre en la cocina se echo un vino para templarse un poco. Después otro y ya sentado en la mesa se acabo lo que quedaba de la media botella.
Aquella noche estuvo distante. La mujer se comportaba como si nada pare hasta entonces nadie le había plantado cara.
Beatriz colgó el teléfono. Acababa de avisar que se demoraría al menos dos semanas mas. Durante los últimos días el sol haba traído una temprana primavera a La Higuera. Aprovechaba para ayudar con las demás a su amiga y luego iban al rió, dejando el almuerzo a sus maridos, antes de volver con los niños a la casa. Los maridos estaban encantados. Almorzaban y quedaban a la fresca y el silencio de sus casas así que empezaron una ronda de envite en aquellas sobremesas.
La plantas después de un tiempo sin agua fueron regadas de nuevo poco a poco.
Capitulo 6: María Eugenia tiene alas.
-Ya se lo que haremos, dijo Juana. Haremos una fiesta de disfraces. Pero daremos un premio al mejor. Y podremos participar también nosotras... Ante esto último discreparon casi todas pero no había manera de pararla. Llevaba tanto tiempo deseando hacerse un disfraz que la fiesta de cumpleaños de Echedey era la excusa perfecta. Viéndola tan infantil, se echaron a reír y accedieron.
Curiosamente la creciente división entre los sexos en La Higuera había traído un gran bienestar al pueblo. Compartían las labores y se segregaban para el ocio. Les daba tiempo hasta para echarse de menos. Los treinta años de losa se estaban levantando poco a poco. La desconfianza se hizo patente hacia Amancio y sus compañías.
Esta nueva armonía ponía de manifiesto el carácter agrio que mantenían respecto a las mujeres y de pasar casi inadvertidos quedaron nadando contracorriente.
Las amenazas del Alcalde, tal y como el las veía eran unas pesadas cadenas que le alimentaban a la vez que reprimían su ira. Una ira y un desprecio que compartía con sus amigotes en un intento por mantener aquella pose superior. Pero también las compañías se fueron haciendo menos y solo quedaron cuatro, todos ellos cortados por el mismo patrón. Así que la cadena comenzó a tirar al fondo a Amancio
Cuando Elena abrió la puerta no podía creer lo que estaba viendo. Estaba radiante, como un ángel de verdad. Tenia purpurina plateada sobre las mejillas y una gran estrella en la frente. Dió un grito y abrazo de felicidad a Maria Eugenia.
dentro los niños hicieron un gran Ohhhh. Además Maria Eugenia que seguía siendo bastante callada en comparación con las demás daba con aque silencio un mayor aura a su personaje.
Juana se puso un poco mustia porque su disfraz de girasol no quedaba tan elegante y se dio cuenta de quien iba a llevarse el premio. Echedey pregunto si también podía pedir el deseo a la señora con alas y, tras hacerlo, pidió que le diera en la cabeza con la varita de ángel.
Maria Eugenia estaba tan emocionada que casi se le escapa una lagrima antes de darle el toque angelical. Así quedo la foto premiada del primer certamen de disfraces/cumpleaños de Echedey.
Cuando todas marcharon solo quedaron Maria Eugenia y Beatriz. El ángel y la reina de corazones. recogieron los platos de tarta, los vasos y las tazas y lo llevaron a la cocina. volvieron a la habitación del teatro que era como llamaban al torreón y se acabaron los dos últimos vasitos de vino dulce que quedaba.
Capitulo 7. Cuando el río se desborda.
Aquella noche Maria Eugenia volvió a casa feliz y despreocupada. Ajena a lo que tras la puerta la esperaba, giro la llave y entró en la oscuridad de la casa. Allí la esperaba Amancio ebrio y rencoroso de que su mujer volviera tras él. Aquella noche se habia peleado con uno de los poco que quedaban en la cuadrilla de maulas que frecuentaba.
Al pasar por delante de la casa de Beatriz se podía ver a las mujeres y los niños reír y saltar. Aquel sonido les exacerbaba sobre manera. Al pasar Maria Eugenia frente a una de las ventanas uno de los que allí miraba le pregunto a Amancio si esa era la forma en que estaba atando en corto a su mujer como tanto fanfarroneaba.
Se lió buena y entre todos lograron separarlos no sin que antes se hubieran tanteado bien las costillas. Amancio llevaba ya más de diez días amedrentado por las promesas del alcalde y aquella bronca le supo a poco. Maria Eugenia fue el saco donde acabaron el resto de los golpes.
A la mañana siguiente nadie daba crédito a lo que había ocurrido. Fue doña Casilda la que por proximidad primero escucho los gritos en la noche. De esa se vino con el alguacil y el hermano del alcalde dando aviso a los demás. Encontraron a Amancio todavía con con un mango de madera en la mano y a la pobre Eugenia tendida en el suelo sin mover un dedo.
La ambulancia tardo casi una hora en llegar. Aún había Esperanza. Los asistentes poco pudieron decir. Ahora era cosa del Hospital. Poco después llegó la patrulla para llevarse a un Amancio bajo la silenciosa mirada de medio pueblo. Aquella tarde comenzó a llover como no había llovido en años. Los aljibes rebosaban y el pequeño río estaba desbordado por completo.
Con esta tormentosa visión despertó Beatriz de aquel horrible sueño en su primera noche en la Higuera. Se levantó de la cama con un nudo en la garganta y preparó café en la cocina. poco después escucho el canto del gallo. Encendió el televisor para ver comenzar un documental de jardinería. Estaba muy inquieta por aquel sueño. Se dirigió al armario y recogió de nuevo sus cosas.
A la mañana siguiente fue a casa de doña Casilda aque aquella mujer le desvelara lo que en sueños la había parecido tan real. Doña Casilda habló y todo lo contó con pelos y señales. El corazón de Beatriz fue encogiendo poco a poco mientras duró el relato de la vieja. Veinte minutos después se planto de nuevo en su casa con la misma maleta que la había visto sacar del autobús. La dejo allí y volvió a marchar después de preguntar a que hora abrían la taquilla de la estación.
Capitulo 8. Un nuevo comienzo.
Doña Casilda la vio pasar de nuevo hacia casa de de Maria Eugenia. Beatriz con dos billetes para el provincial de las 12:00 en el bolsillo dio un rodeo a la casa para encontrar a su amiga con un cesto gigante de puerros entre los brazos.
Maria Eugenia soltó el cesto de golpe. El rostro era familiar. Aquella mujer la miraba como si hubiera estado toda la vida ahí observándola como en esos cuentos que la contaba de niña su amiga Beatriz.
Entonces cayó en la cuenta de que aquella era Bea. Cada noche se acordaba de ella. Antes de casarse sus momentos de felicidad siempre habían sido compartidos. Beatriz la cogió de la mano y le dijo que si lo doña Casilda le había contado ella se venia de vuelta en ese autobús.
Como quien calla otorga, Beatriz cogió a su amiga tras cinco segundos de silencio
de Maria Eugenia y tiro de ella hasta llegar a la estación. Doña Casilda llegó corriendo detrás de ellas y detrás de Doña Casilda su sobrino Eusebio con la maleta.
El chófer les abrió el compartimento mientras ellas se despedían.
Doña Casilda quedó hecha un mar de lagrimas de la emoción porque aquella mujer había caído como un relámpago del cielo para salvar a aquel alma en pena. Ni Errol Flinn en Objetivo Birmania había llegado a tanto en lo que llevaba de vida.
Amancio llego medio hora después de que el provincial hubiera salido. Ya no quedaba nadie en la estación.
Siguió ahora con la cantinela de que se le había escapado para no tener que trabajar; que se creía que la vida era jauja; que ya la iban a espabilar por ahí. Y junto a él la cuadrilla de chacales cada uno mascullando lo suyo.
Aquella tarde mientras el provincial dibujaba con cada curva las trayectorias de lo rayos de sol Beatriz explicó lo que había ocurrido. María Eugenia pensó al principio que aquella mujer estaba medio loca y que poco menos se la estaban llevando a la fuerza, pero, poco a poco, recordó la sensación de hogar que volvió a ella mientras la miraba fijamente a los ojos en la parte de atrás de su casa con todos aquellos puerros por el suelo. El resto del viaje se lo pasaron como cuando niñas fantaseando con la gran ciudad.
El provincial siguió adelante durante toda la noche hasta alcanzar el puerto.
De allí salieron hasta Cádiz y de Cádiz a Barcelona subiendo en tren por la costa de Levante. María Eugenia creía sentir que le crecían las alas.
lunes, 17 de noviembre de 2008
domingo, 16 de noviembre de 2008
Cuentos de la luna pálida
Primer capitulo.
(Época de guerras durante la primavera de un año ya lejano junto a la orilla norte del lago Biua en territorio Omi)
Dos hermanos vivían en un pequeño poblado entre las montañas de Omni. Ambos estaban casados aunque solo Genhuro tenía hijos: el pequeño Genichi. La guerra acechaba por todos lados. En aquel entonces los grandes clanes samuráis peleaban entre ellos por el poder absoluto en el Japón y el país estaba sumido en el caos.
Genhuro además de campesino era alfarero. Su mujer: Miyagi, lo ayudaba haciendo girar el torno mientras el moldeaba el barro. La guerra se iba acercando. Se decía que los soldados de Shibata pronto llegarían al poblado.
Desoyendo las voces de la prudencia, Genhuro y Tobei se aventuraron hasta la ciudad de Nagayama para vender las últimas piezas que habían horneado en vez de quedarse y preparase para la llegada de los soldados.
La fortuna les sonreía. La presencia de los soldados de Háshiba había dado estabilidad económica a la ciudad. Las vasijas y cuencos se pagaban generosamente y el dinero se desbordaba entre las manos del artesano. Genhuro pensaba en todas las cosas caras que antes no podía comprar para su familia. Ahora tenía dinero y los colmaría de regalos a su regreso.
Tobei también tenía ambición. Quería ser un gran samurai, no un vulgar campesino a quien nadie respetaba. Vio pasar un grupo de samuráis y como quien persigue su última oportunidad corrió tras ellos. Corrió y corrió hasta llegar a su fortaleza. Allí se presento ante uno de los comandantes y suplicó de rodillas. Haría lo que fuera por ser samurai.
Los presentes reían viendo a aquel campesino paleto y harapiento arrastrándose para ser aceptado. Cuando tengas una lanza y una armadura regresa, hasta entonces lárgate de aquí, le gritaron mientras seguían riendo.
Mientras, su hermano había regresado a casa llevando regalos abundantes a su familia. No paraba de hablar sobre lo rentable que había sido la venta y lo bien pagadas que habían pagado las piezas. Su mujer estaba abrumada por los regalos, tanto, que le pareció excesivo que su marido quisiera empezar a trabajar de nuevo a la mañana siguiente.
Miyagi tenía todo lo que podía desear. Un marido trabajador y bueno y un hijo al que ver crecer. Ahora además, podría vestirse como una dama y comer alguna que otra delicia de vez en cuando. Genhuro sin embargo, seguía hablando de dinero, de lo importante que era en la vida y de todos los regalos caros que compraría a su Familia.
Ohama, la esposa de Tobei comenzaba a impacientarse. Cuando apareció Tobei; sucio por haberse arrastrado ante los samuráis y desconcertado por el viaje en la noche, ella arremetió contra él como lo hicieran en la fortaleza. Sin duda Tobei estaba en lo cierto al pensar que necesitaba el respeto de los demás aunque no estuviera eligiendo el mejor camino para hacerlo.
Los siguientes días pasaron en una febril actividad de trabajo. Miyagi aunque ayudaba sin rechistar haciendo girar el torno, se estaba dando cuenta de que su marido ya no era el mismo. El ansia de riqueza le estaba cambiando por dentro. Ahora su hijo le molestaba. No tenia tiempo para jugar con él. Ni para jugar, ni para hablar, ni para nada. Era un estorbo que no paraba quieto y quería comer y jugar a todas horas. Miyagi viendo esto le repetía a su marido que ella prefería trabajar menos y disfrutar de su hijo pero Genhuro, no atendía a razones.
*Una noche mientras las mujeres estaban alimentando el fuego para el horno de cocer la cerámica, los soldados de Shibata atacaron el poblado para saquearlo.
Genhuro obsesionado por el dinero que ganaría si vendiera sus piezas, seguía junto al horno alimentando el fuego mientras su mujer tiraba de el intentando convencerle para que huyeran. Finalmente todos abandonaron el poblado a tiempo. Permanecerían escondidos hasta que fuera seguro volver a sus casas.
Los soldados llevaban prisioneros a lo hombres con mejor suerte. En las montañas desde las que aún se oyen los disparos, Ohama hecha
de menos a su marido Tobei. El muy imprudente había vuelto para robar su lanza y armadura. Muchos de los soldados ebrios dormían la mona en los graneros. Casi lo cogen después de haber robado una simple hombrera.
Mientras en el campamento de refugiados Genhuro solo podía pensar en el horno que se estaba quedando sin calor. Miyagi no podía comprender como su marido estaba dispuesto a jugarse la vida por unas piezas de cerámica pero él ya se había decido a bajar. No veía mas peligro que la perdida de todas las riquezas que había imaginado la aparto de su camino pero Miyagi, temiendo por la vida de su marido, corrió tras él colina abajo.
El poblado parecía tranquilo aunque aun se oían gritos y disparos. Escondidos junto al horno veían a los últimos soldados coger lo que podían y marchar. Cuando todo paso abrieron el horno. Genhuro estaba fuera de si , daba saltos de alegría y gritaba. las cerámicas no solo estaban intactas sino que además estaban perfectamente acabadas. Ahora solo faltaba regresar a Nagayama y venderlo todo. Le darían una fortuna por ello.
Tobei apareció con la hombrera en la mano también el daba saltos de alegría. Acompañaría a su hermano y le ayudaría con la venta a cambio de una parte con la que compraría la armadura completa. Su esposa que traía a Genichi entre sus brazos no daba crédito a sus ojos. Sin embargo y al igual que Miyagi no creía que adentrarse hasta Nagayama con todos estos soldados deambulando fuera una buena idea. Temían por sus vidas. Sus maridos sin embargo estaban cegados por la ambición.
Con la esperanza de ganar mucho dinero se decidieron no sin grandes discrepancias de las mujeres a ir a la playa de Onowe. Ohama siendo la hija de un barquero es elegida para guiar la barca. Durante el viaje hablan de los grandes planes que tienen para cuando se hagan ricos y de lo bien que les están saliendo las cosas. Genhuro se comprará un almacén y se volverá un comerciante próspero. Tobei sueña con convertirse en un poderoso samurai; todos lo respetaran y le atenderán como a alguien importante.
Segundo capítulo.
Preámbulo.
Entre la bruma del río Ohama advierte que una barca se aproxima hacia ellos. Una embarcación a la deriva, fantasmagórica entre la niebla.
Al parecer el navío de transporte había sido asaltado por los piratas del río. Su capitán les pidió agua para calmar la sed. Casi sin aliento les advirtió sobre el peligro de viajar en barca especialmente si iban acompañados de mujeres. Los piratas son terriblemente crueles. Fueron sus últimas palabras.
El frío recorrió la espalda de todos los presentes. Las mujeres tenían que volver atrás y también Genichi. Pero Ohama no quiere volver. No se fiaba de su marido. Miyagi en cambio tenía que cuidar de Genichi. Genhuro le pidió que no volviera a casa. . Estarás mejor en las montañas, le dijo antes de dejarla en la orilla junto a su hijo.
El resto partió de nuevo hacia Nagayama. La suerte les fue favorable de nuevo y llegan sin riesgo. En la plaza hacia un día soleado. La mercancía se vendía con enorme facilidad y se estaba pagando mejor de lo esperado. La gente atendía a la llamada de Tobei reuniéndose alrededor del puesto y la verdad es que las cerámicas de Genhuro eran tan hermosas que parecían una ganga a ojos de los compradores.
Entre la multitud una dama se acercó al puesto del campesino y le elogió por la belleza de su trabajo. Hizo un encargo numeroso. Quería una jarra y tazas para tomar saque. La dama el increíblemente hermosa. Está acompañada de una anciana que le indica que piezas completarían el pedido y donde habría de entregar la mercancía. En la casa Kutzuki en el camino de la montaña.
En ese momento un grupo de samuráis cruzó la plaza. Tobei los vio pasar ante el y perdió la cabeza. Se olvido de que estaba vendiendo en el puesto de su hermano, se olvido de su mujer y lo peor de todo de que aquel dinero que portaba en la bolsa no era completamente suyo. Los samuráis se iban y el corrió tras ellos. Su mujer fue detrás de él pero sin suerte.
Cuando Tobei encontró una armería pidió una armadura que le sentara bien.
En seguida fue complacido. Además necesitaría una lanza. Ahora era un gran guerrero samurai. Metió la mano en la bolsa y pago al armero.
Mientras su mujer había llegado a una calle que desembocaba en la playa. En la lejanía la ciudad no era mas que un rumor tan solo alterado por las voces de unos hombres que se aproximaban.
Genhuro quedó solo y tras dejar alguien a cargo de la mercancía parte con el pedido de la casa Kutzuki. Al pasar por delante de un telar recordó a su mujer y la imaginó vestida con sedas tan bonitas. Ahora podré comprarlas, pensó. En ese momento la dama de compañía le toca el hombro. Habían salido a buscarle pues se demoraba mucho. Temían que se perdería sin encontrar el camino.
Un grupo de soldados llegó hasta donde Ohama descansaba. Comenzaron a incomodarla abiertamente ajenos por completo a sus protestas e insultos. Reían.
Entre dos de ellos la cogieron de pies y manos y la cargaron sobre los hombros.
Los demás aunque reían no parecían demasiado interesados. Entraron con ella en una casa abandonada de la playa desoyendo sus suplicas.
Cuando los hombres acabaron salieron y marcharon junto a los demás que los esperaban fuera. Antes de irse uno de ellos, satisfecho, arrojó sobre Ohama una bolsa de monedas. Ella se recompuso y salió. Los maldijo. A ellos y a su marido por haberla abandonado y arrastrado a este destino. Ahora se había convertido en una ramera que se vendía por dinero.
Tobei armado de pies a cabeza tomó el camino del campo de batalla donde los soldados de Jashiba y Shibata luchaban a muerte.
Su hermano Genhuro, acompañado de la bella mujer y su dama de compañía iba camino de la casa Kutzuki mientras su esposa Miyagi y su hijo Genichi vagaban solo por las por las montañas.
La ambición puede a veces ser recompensada para convertirse en algo peor aún. Ahora los dos hermanos tienen riqueza. Sus esposas vagan en cambio sin hogar y sin marido.
Capitulo tercero.
Genhuro acompañado de las dos mujeres por fin llego a la casa Kutzuki.
Era una gran mansión en el campo. Al llegar a la puerta Genhuro dejó el pedido en el suelo del porche e hizo ademán de marcharse. Sus reverencias y agradecimientos no acallaron la insistencia de la dama de compañía por que este entrara. No pudo evitar preguntar sobre la identidad de aquella mujer. La dama de compañía le dijo que se trataba de la princesa Guakasa, hija del difunto Kutzuki Zaemon antes de volver a insistir esta vez con éxito para que por fin cruzara el umbral.
La casa estaba en penumbra. Había numerosas estancias amplias cada una de ellas como el terreno sobre el cual Genhuro tenía casa y lugar de labranza. La princesa Guakasa lo llamo por su nombre. Le explico que había quedado sorprendida por la exquisitez y rareza de sus piezas de cerámica y había querido indagar sobre su autor. Genhuro agachaba la cabeza sin atreverse a admirar la resplandeciente belleza de aquella mujer. Se sentía abrumado por los halagos de aquella princesa por un simple campesino.
La dama de compañía entro en la estancia portando las piezas del artesano para beber sake. Se sentía doblemente halagado. Le dijo a la princesa que sus piezas ganaban en belleza si era tal su dueña. Era un honor para un campesino como él que alguien de tal porte les diera uso. Ella pregunto por aquel esmalte azul que remataba sus piezas y las dotaba de aquel brillo tan especial. Los halagos iban en aumento y Genhuro ya estaba fuera de si ante tanto reconocimiento.
Ella hablaba de como tanto genio necesitaba más reconocimientos que el de ser un simple alfarero de pueblo. Debía ser más ambicioso y ella podía abrirle las puertas. Pero...¿como? pregunto él. La respuesta vino dada por el ama de llaves.
Debes entregarte a la princesa esta misma noche, le dijo. antes de levantarse y dejarlos solos. La princesa era la mujer mas hermosa que había visto nunca. La emoción casi lo hace desmayar. Cuando se encontraba entre sus brazos rió y se levantó de nuevo. Dos doncellas tomaron a Genhuro y lo acompañaron a la habitación de al lado. Allí lo esperaba Guakasa. Estaba realizando un canto ceremonial..
Cuando ella acabó de cantar, una voz de hombre que parecía provenir de las mismas paredes de la casa fue escuchada. El ama de llaves explicó que ellas dos eran las únicas restantes de su dinastía y que aquella voz provenía de su fallecido señor. El alma del difunto señor aun vagaba por la casa y se ponía feliz si escuchaba la voz de la princesa.
Debían de sentirse alegres pues el padre de Guakasa estaba celebrando que su hija hubiera encontrado al hombre de su vida. A pesar de tal ofrenda Genhuro sentía un desasosiego que lo empujaba a abandonar la casa. Percatándose de ello, la princesa le rogó que se quedara, que no partiera aún.
Por la mañana Genhuro había sucumbido totalmente a sus encantos. Con el paso de los días iba olvidando su pasado. Con la princesa vivía tan solo para el disfrute de los placeres de la vida. Ahora poseía un palacio y su mujer vivía solo para complacerle. Que maravilla pensó. Esto es el paraíso.
Su esposa real en cambio, no estaba siendo tan afortunada. Las montañas tampoco eran lugar seguro. Soldados de ambos bandos sometían al pillaje todo poblado o casa que encontraban a su paso. Mataban a los hombres y violaban a sus mujeres. Cojian lo poco que los campesinos guardaban en sus despensas y seguían camino después de haberlo destrozado todo.
Con Genichi sobre sus hombros, Miyagi estaba escondida en el establo de una casa. Había oído a los soldados y busco un lugar seguro para su hijo. Una vieja de la casa, viéndola entrar allí la siguió para ayudarla a escapar. Ven, la dijo mientras la cogia de la mano. Miyagi tras un segundo de terror al notar una mano sobre su hombro, logro tranquilizarse y seguirla llevando a su hijo. La anciana le dio arroz y agua para el camino. Dentro de la casa se oía a los soldados devorar la poca comida que estaba al fuego.
Miyagi siguió a la mujer hasta las afueras del poblado y le dio las gracias. corrió montaña arriba cuando se encontro con tres soldados moribundos. Girando en torno a ella la amenazaban y le ordenaban que le dieran su comida. Sujetaba con fuerza el arroz bajo su manto, tanto que uno de los soldados se dio cuenta de que escondía algo. Tiro de su mano con fuerza y arranco la comida que llevaba. Sobre el se abalanzaron los otros dos soldados.
Luchaba con ellos inútilmente. La apartaron de un empujón. Era la comida de su hijo. No podía permitirlo, ni siquiera era para ella. En aquel momento del forcejeo uno de los soldados, borracho, la hirió con su lanza en el vientre para quitársela de encima. Miyagi calló al suelo de bruces. Sobre su espalda el niño lloraba. El llanto del niño se perdió entre las montañas junto a los gritos de los soldados que ahora peleaban entre si por el ultimo pedazo de comida.
En el campo de batalla Tobei había conseguido alcanzar la primera fila. Llego a los pies de una casa abandonada y se escondió. Desde donde estaba podía ver a dos samuráis hablar entre ellos. Sus ropas estaban cubiertas de sangre. Uno de ellos pedía al otro que lo ayudara a morir. Parecía malherido. Sin contemplaciones el segundo desenvainó su katana y hundió la hoja en su carne.
Mientras el superviviente se lamentaba por el último favor que había tenido que hacer a su amigo, Tobei salto sobre el sin ser visto y lo atravesó con su lanza. Herido, cayó al suelo donde Tobei lo remató.
Esa misma noche en el campamento de Shibata el comandante preguntaba a los soldados que era todo aquel alboroto. Al parecer el campesino había regresado con su armadura y un regalo para él. Al abrir el regalo quedo horrorizado y complacido. Le pregunto si lo había encontrado tirado en el campo de batalla. Tobei no dejaba de repetir que había sido él quien lo había matado y que ahora traía su cabeza para demostrarlo.
Katsusige Fuba era uno de los más temidos espadachines del ejército de Jashiba. El comandante estaba tan contento que le concedió a Tobei aquello que más deseara. Tobei pidió un caballo y soldados a su servicio. Al comandante le pareció bien poco así que se lo concedió de inmediato.
Al día siguiente todos se giraban al ver pasar a Tobei. Su porte ridículo le hacia parecer aun mas distinguido. Todos se preguntaban quien era ese señor samurai, y corría el rumor de que había matado al famoso espadachín Katsusige Fuba con sus propias manos. Al pasar junto a una casa alegre la propietaria salió a saludarlo y a ofrecer sus servicios tanto a él como a tus hombres. Este accedió y los soldados lo celebraron a la vez que abrían paso a su señor ente los clientes del burdel.
De repente un gran alboroto en una de las habitaciones llamó la atención de todos los presentes. Al parecer uno de los clientes pretendía escabullirse sin haber pagado la cuenta de su concubina. Esta despertó de su ligero sueño al sentir los pies sobre el suelo. Comenzó a gritar. Maldecía a aquel con tales reproches que por su familiaridad llamo la atención de Tobei. Se abalanzo sobre ella. No podía ser. Era Ohama. Su propia esposa.
Capitulo cuarto.
Ohama disimulaba sus sentimientos. Hablando con Tobei le felicitó por sus progresos. Saltaba a la vista que ahora por fin era un gran samurai. Ella tampoco podía quejarse. Ahora bebía sake cuando le apetecía y podía pasar cada noche con varios hombres. Que más podía desear. Salio al jardín y comenzó a llorar. Que importaba que su mujer se prostituyera si el tenia lo que quería. Ese era uno de los sinsabores del poder. Tobei la miraba aterrado y arrepentido. Ohama se ofreco a el por dinero como lo hacia con los demás hombres con los que había estado.
Tobei pedía perdón una y otra vez. El quería ser samurai por ella por ganar su respeto. No sabía que había llegado a esto. La amaba. Para él seguía siendo su esposa. Tan solo quería volver con ella a casa. Así se lo pidió y ambos partieron hacia su antiguo hogar con los ojos llenos de lágrimas.
Genhuro partió aquella mañana a hacer comprar al pueblo. Paso por una tienda de regalos y quedo maravillado. Serian para su princesa pero no llevaba suficiente encima. Hablo con el comerciante y le pidió un descuento. El vendedor apartó uno de los regalos. Genhuro no quería desprenderse de el, así que insistió. Si lo lleva a la casa de Kutzuki la pagare el resto.
El vendedor palideció al instante. La casa de Kutzuki!!! Lléveselo!!! Se lo regalo. Aparto la mirada de él y no quiso saber nada más. De camino a casa se encontró con un hombre santo. Le detuvo y le advirtió. Algo sombrío había anidado en su rostro. Era la misma muerte. Le pidió que regresara pronto si tenia familia o que le esperaría la desgracia. genhuro no quería escuchar pero tuvo que hacerlo.
El hombre santo le advirtió que la princesa era un alma en pena. Un fantasma condenado a vagar por la tierra sin paz para su alma. Debía protegerse contra la magia de la muerte y si el no quería, seguía siendo responsabilidad del hombre santo darle protección así que se lo pidió una vez más. Genhuro accedió y el hombre santo escribió palabras sagradas en su cuerpo antes de que regresara a la mansión Kutzuki.
Cuando llegó, no podía disimular el desconcierto y el miedo en su rostro.
La princesa le preguntaba por su extraño estado de humor pero Genhuro no quería responder. Lo hizo el ama de llaves. Insulto a aquellos que le habían echo desconfiar y maldijo las malas lenguas. Pero al dirigirse a Genhuro le recordó el pacto que había hecho. Debía permanecer para siempre al lado de la princesa. la anciano comenzó a hablar. Nunca lo dejarían salir de allí.
Fue entonces cuando Genhuro confesó que estaba casado. La princesa le dijo que se olvidara de ellos pero al intentar sujetarlo sus manos, sintió la magia del hombre santo. No podían tocarle. Pero insistían entre halagos y amenazas. El alma de princesa había sido rescatada por el ama de llaves ya que sufría por su prematura muerte. No había conocido la felicidad de ser mujer y amar a un hombre. Por ello la ama de llaves se había hecho cargo de su alma. Ahora él iba a romper su corazón y condenarla de nuevo a la desgracia.
Genhuro salió corriendo de la casa implorando perdón. Pensando en quitarse la vida cogió una katana de la casa. Al llegar fuera cayó inconsciente. Allí lo encontraron, ala mañana siguiente unos soldados de Jashiba. Lo acusaron de haber robado el sable que tenia en la mano junto con otros tesoros del templo. Cuando vino a decir que aquella katana provenía de la casa Kutzuki se rieron de él. Aquella casa había sido destruida hacia tiempo y todos sus moradores habían encontrado la muerte.
Le quitaron el dinero y lo dejaron partir. Tampoco existía una cárcel a la que llevarlo. No quedaban cárceles a causa de aquella maldita guerra. Las ruinas visibles de la casa acecharon a genhuro como un eco en la distancia. Realmente había sido todo una ilusión. Así vago el la noche hasta alcanzar su poblado.
Al llegar y entrar en la casa su corazón se desbordo de felicidad y arrepentimiento. Llamaba incesante a su mujer. Al entrar la encontró calentando el fuego. Su hijo Genichi dormía. Miyagi no quería las explicaciones de su marido. Lo más importante es que había vuelto.
El lloraba comprendiendo como la codicia lo había apartado de las cosas que más quería. Su mujer le preparó sake caliente y algo de comer. Genhuro estaba cansado y pronto quedo dormido junto a su hijo. Por fin estoy en casa, repitió hasta quedar inmerso en un profundo sueño.
A la mañana siguiente los gritos de los vecinos despertaron a Genhuro. Todos buscaban a Genichi. Al ver a su padre salto la alegría. Habían encontrado a los dos hombres de la familia a la vez. Sin embargo aquella alegría se torno extrañeza cuando genhuro llamó a su esposa. Lo miraban como a un loco que ha perdido la razón. Finalmente un vecino le contó la historia de la muerte de Miyagi.
Todos estaban sorprendidos de que el niño supiera del regreso del padre. El solo había llegado hasta su antigua casa a esperarlo. Genhuro lloraba sin cesar dia tras día hasta que una mañana volvió a escuchar la voz de su mujer.
La voz de Miyagi estaba llena de ternura. Estoy aquí junto a ti , le decía. Veo en tu corazón que ya no tienes dudas. Yo te acompañare siempre, te daré fuerza y valor y serás el hombre que siempre quisiste ser. Lo animó para que retomara su vida y volviera al trabajo. Lo halagaba cuando las piezas eran hermosas y lo seguía ayudando a girar el horno.
Un día se despidió para siempre. Su alma era feliz pues veía al propio Genhuro feliz de vivir su vida. Ahora podía por fin descansar en paz. En la casa de al lado su hermano Tobei trabajaba sin descanso. También él y Ohama habían encontrado la felicidad viviendo como personas humildes.
(Época de guerras durante la primavera de un año ya lejano junto a la orilla norte del lago Biua en territorio Omi)
Dos hermanos vivían en un pequeño poblado entre las montañas de Omni. Ambos estaban casados aunque solo Genhuro tenía hijos: el pequeño Genichi. La guerra acechaba por todos lados. En aquel entonces los grandes clanes samuráis peleaban entre ellos por el poder absoluto en el Japón y el país estaba sumido en el caos.
Genhuro además de campesino era alfarero. Su mujer: Miyagi, lo ayudaba haciendo girar el torno mientras el moldeaba el barro. La guerra se iba acercando. Se decía que los soldados de Shibata pronto llegarían al poblado.
Desoyendo las voces de la prudencia, Genhuro y Tobei se aventuraron hasta la ciudad de Nagayama para vender las últimas piezas que habían horneado en vez de quedarse y preparase para la llegada de los soldados.
La fortuna les sonreía. La presencia de los soldados de Háshiba había dado estabilidad económica a la ciudad. Las vasijas y cuencos se pagaban generosamente y el dinero se desbordaba entre las manos del artesano. Genhuro pensaba en todas las cosas caras que antes no podía comprar para su familia. Ahora tenía dinero y los colmaría de regalos a su regreso.
Tobei también tenía ambición. Quería ser un gran samurai, no un vulgar campesino a quien nadie respetaba. Vio pasar un grupo de samuráis y como quien persigue su última oportunidad corrió tras ellos. Corrió y corrió hasta llegar a su fortaleza. Allí se presento ante uno de los comandantes y suplicó de rodillas. Haría lo que fuera por ser samurai.
Los presentes reían viendo a aquel campesino paleto y harapiento arrastrándose para ser aceptado. Cuando tengas una lanza y una armadura regresa, hasta entonces lárgate de aquí, le gritaron mientras seguían riendo.
Mientras, su hermano había regresado a casa llevando regalos abundantes a su familia. No paraba de hablar sobre lo rentable que había sido la venta y lo bien pagadas que habían pagado las piezas. Su mujer estaba abrumada por los regalos, tanto, que le pareció excesivo que su marido quisiera empezar a trabajar de nuevo a la mañana siguiente.
Miyagi tenía todo lo que podía desear. Un marido trabajador y bueno y un hijo al que ver crecer. Ahora además, podría vestirse como una dama y comer alguna que otra delicia de vez en cuando. Genhuro sin embargo, seguía hablando de dinero, de lo importante que era en la vida y de todos los regalos caros que compraría a su Familia.
Ohama, la esposa de Tobei comenzaba a impacientarse. Cuando apareció Tobei; sucio por haberse arrastrado ante los samuráis y desconcertado por el viaje en la noche, ella arremetió contra él como lo hicieran en la fortaleza. Sin duda Tobei estaba en lo cierto al pensar que necesitaba el respeto de los demás aunque no estuviera eligiendo el mejor camino para hacerlo.
Los siguientes días pasaron en una febril actividad de trabajo. Miyagi aunque ayudaba sin rechistar haciendo girar el torno, se estaba dando cuenta de que su marido ya no era el mismo. El ansia de riqueza le estaba cambiando por dentro. Ahora su hijo le molestaba. No tenia tiempo para jugar con él. Ni para jugar, ni para hablar, ni para nada. Era un estorbo que no paraba quieto y quería comer y jugar a todas horas. Miyagi viendo esto le repetía a su marido que ella prefería trabajar menos y disfrutar de su hijo pero Genhuro, no atendía a razones.
*Una noche mientras las mujeres estaban alimentando el fuego para el horno de cocer la cerámica, los soldados de Shibata atacaron el poblado para saquearlo.
Genhuro obsesionado por el dinero que ganaría si vendiera sus piezas, seguía junto al horno alimentando el fuego mientras su mujer tiraba de el intentando convencerle para que huyeran. Finalmente todos abandonaron el poblado a tiempo. Permanecerían escondidos hasta que fuera seguro volver a sus casas.
Los soldados llevaban prisioneros a lo hombres con mejor suerte. En las montañas desde las que aún se oyen los disparos, Ohama hecha
de menos a su marido Tobei. El muy imprudente había vuelto para robar su lanza y armadura. Muchos de los soldados ebrios dormían la mona en los graneros. Casi lo cogen después de haber robado una simple hombrera.
Mientras en el campamento de refugiados Genhuro solo podía pensar en el horno que se estaba quedando sin calor. Miyagi no podía comprender como su marido estaba dispuesto a jugarse la vida por unas piezas de cerámica pero él ya se había decido a bajar. No veía mas peligro que la perdida de todas las riquezas que había imaginado la aparto de su camino pero Miyagi, temiendo por la vida de su marido, corrió tras él colina abajo.
El poblado parecía tranquilo aunque aun se oían gritos y disparos. Escondidos junto al horno veían a los últimos soldados coger lo que podían y marchar. Cuando todo paso abrieron el horno. Genhuro estaba fuera de si , daba saltos de alegría y gritaba. las cerámicas no solo estaban intactas sino que además estaban perfectamente acabadas. Ahora solo faltaba regresar a Nagayama y venderlo todo. Le darían una fortuna por ello.
Tobei apareció con la hombrera en la mano también el daba saltos de alegría. Acompañaría a su hermano y le ayudaría con la venta a cambio de una parte con la que compraría la armadura completa. Su esposa que traía a Genichi entre sus brazos no daba crédito a sus ojos. Sin embargo y al igual que Miyagi no creía que adentrarse hasta Nagayama con todos estos soldados deambulando fuera una buena idea. Temían por sus vidas. Sus maridos sin embargo estaban cegados por la ambición.
Con la esperanza de ganar mucho dinero se decidieron no sin grandes discrepancias de las mujeres a ir a la playa de Onowe. Ohama siendo la hija de un barquero es elegida para guiar la barca. Durante el viaje hablan de los grandes planes que tienen para cuando se hagan ricos y de lo bien que les están saliendo las cosas. Genhuro se comprará un almacén y se volverá un comerciante próspero. Tobei sueña con convertirse en un poderoso samurai; todos lo respetaran y le atenderán como a alguien importante.
Segundo capítulo.
Preámbulo.
Entre la bruma del río Ohama advierte que una barca se aproxima hacia ellos. Una embarcación a la deriva, fantasmagórica entre la niebla.
Al parecer el navío de transporte había sido asaltado por los piratas del río. Su capitán les pidió agua para calmar la sed. Casi sin aliento les advirtió sobre el peligro de viajar en barca especialmente si iban acompañados de mujeres. Los piratas son terriblemente crueles. Fueron sus últimas palabras.
El frío recorrió la espalda de todos los presentes. Las mujeres tenían que volver atrás y también Genichi. Pero Ohama no quiere volver. No se fiaba de su marido. Miyagi en cambio tenía que cuidar de Genichi. Genhuro le pidió que no volviera a casa. . Estarás mejor en las montañas, le dijo antes de dejarla en la orilla junto a su hijo.
El resto partió de nuevo hacia Nagayama. La suerte les fue favorable de nuevo y llegan sin riesgo. En la plaza hacia un día soleado. La mercancía se vendía con enorme facilidad y se estaba pagando mejor de lo esperado. La gente atendía a la llamada de Tobei reuniéndose alrededor del puesto y la verdad es que las cerámicas de Genhuro eran tan hermosas que parecían una ganga a ojos de los compradores.
Entre la multitud una dama se acercó al puesto del campesino y le elogió por la belleza de su trabajo. Hizo un encargo numeroso. Quería una jarra y tazas para tomar saque. La dama el increíblemente hermosa. Está acompañada de una anciana que le indica que piezas completarían el pedido y donde habría de entregar la mercancía. En la casa Kutzuki en el camino de la montaña.
En ese momento un grupo de samuráis cruzó la plaza. Tobei los vio pasar ante el y perdió la cabeza. Se olvido de que estaba vendiendo en el puesto de su hermano, se olvido de su mujer y lo peor de todo de que aquel dinero que portaba en la bolsa no era completamente suyo. Los samuráis se iban y el corrió tras ellos. Su mujer fue detrás de él pero sin suerte.
Cuando Tobei encontró una armería pidió una armadura que le sentara bien.
En seguida fue complacido. Además necesitaría una lanza. Ahora era un gran guerrero samurai. Metió la mano en la bolsa y pago al armero.
Mientras su mujer había llegado a una calle que desembocaba en la playa. En la lejanía la ciudad no era mas que un rumor tan solo alterado por las voces de unos hombres que se aproximaban.
Genhuro quedó solo y tras dejar alguien a cargo de la mercancía parte con el pedido de la casa Kutzuki. Al pasar por delante de un telar recordó a su mujer y la imaginó vestida con sedas tan bonitas. Ahora podré comprarlas, pensó. En ese momento la dama de compañía le toca el hombro. Habían salido a buscarle pues se demoraba mucho. Temían que se perdería sin encontrar el camino.
Un grupo de soldados llegó hasta donde Ohama descansaba. Comenzaron a incomodarla abiertamente ajenos por completo a sus protestas e insultos. Reían.
Entre dos de ellos la cogieron de pies y manos y la cargaron sobre los hombros.
Los demás aunque reían no parecían demasiado interesados. Entraron con ella en una casa abandonada de la playa desoyendo sus suplicas.
Cuando los hombres acabaron salieron y marcharon junto a los demás que los esperaban fuera. Antes de irse uno de ellos, satisfecho, arrojó sobre Ohama una bolsa de monedas. Ella se recompuso y salió. Los maldijo. A ellos y a su marido por haberla abandonado y arrastrado a este destino. Ahora se había convertido en una ramera que se vendía por dinero.
Tobei armado de pies a cabeza tomó el camino del campo de batalla donde los soldados de Jashiba y Shibata luchaban a muerte.
Su hermano Genhuro, acompañado de la bella mujer y su dama de compañía iba camino de la casa Kutzuki mientras su esposa Miyagi y su hijo Genichi vagaban solo por las por las montañas.
La ambición puede a veces ser recompensada para convertirse en algo peor aún. Ahora los dos hermanos tienen riqueza. Sus esposas vagan en cambio sin hogar y sin marido.
Capitulo tercero.
Genhuro acompañado de las dos mujeres por fin llego a la casa Kutzuki.
Era una gran mansión en el campo. Al llegar a la puerta Genhuro dejó el pedido en el suelo del porche e hizo ademán de marcharse. Sus reverencias y agradecimientos no acallaron la insistencia de la dama de compañía por que este entrara. No pudo evitar preguntar sobre la identidad de aquella mujer. La dama de compañía le dijo que se trataba de la princesa Guakasa, hija del difunto Kutzuki Zaemon antes de volver a insistir esta vez con éxito para que por fin cruzara el umbral.
La casa estaba en penumbra. Había numerosas estancias amplias cada una de ellas como el terreno sobre el cual Genhuro tenía casa y lugar de labranza. La princesa Guakasa lo llamo por su nombre. Le explico que había quedado sorprendida por la exquisitez y rareza de sus piezas de cerámica y había querido indagar sobre su autor. Genhuro agachaba la cabeza sin atreverse a admirar la resplandeciente belleza de aquella mujer. Se sentía abrumado por los halagos de aquella princesa por un simple campesino.
La dama de compañía entro en la estancia portando las piezas del artesano para beber sake. Se sentía doblemente halagado. Le dijo a la princesa que sus piezas ganaban en belleza si era tal su dueña. Era un honor para un campesino como él que alguien de tal porte les diera uso. Ella pregunto por aquel esmalte azul que remataba sus piezas y las dotaba de aquel brillo tan especial. Los halagos iban en aumento y Genhuro ya estaba fuera de si ante tanto reconocimiento.
Ella hablaba de como tanto genio necesitaba más reconocimientos que el de ser un simple alfarero de pueblo. Debía ser más ambicioso y ella podía abrirle las puertas. Pero...¿como? pregunto él. La respuesta vino dada por el ama de llaves.
Debes entregarte a la princesa esta misma noche, le dijo. antes de levantarse y dejarlos solos. La princesa era la mujer mas hermosa que había visto nunca. La emoción casi lo hace desmayar. Cuando se encontraba entre sus brazos rió y se levantó de nuevo. Dos doncellas tomaron a Genhuro y lo acompañaron a la habitación de al lado. Allí lo esperaba Guakasa. Estaba realizando un canto ceremonial..
Cuando ella acabó de cantar, una voz de hombre que parecía provenir de las mismas paredes de la casa fue escuchada. El ama de llaves explicó que ellas dos eran las únicas restantes de su dinastía y que aquella voz provenía de su fallecido señor. El alma del difunto señor aun vagaba por la casa y se ponía feliz si escuchaba la voz de la princesa.
Debían de sentirse alegres pues el padre de Guakasa estaba celebrando que su hija hubiera encontrado al hombre de su vida. A pesar de tal ofrenda Genhuro sentía un desasosiego que lo empujaba a abandonar la casa. Percatándose de ello, la princesa le rogó que se quedara, que no partiera aún.
Por la mañana Genhuro había sucumbido totalmente a sus encantos. Con el paso de los días iba olvidando su pasado. Con la princesa vivía tan solo para el disfrute de los placeres de la vida. Ahora poseía un palacio y su mujer vivía solo para complacerle. Que maravilla pensó. Esto es el paraíso.
Su esposa real en cambio, no estaba siendo tan afortunada. Las montañas tampoco eran lugar seguro. Soldados de ambos bandos sometían al pillaje todo poblado o casa que encontraban a su paso. Mataban a los hombres y violaban a sus mujeres. Cojian lo poco que los campesinos guardaban en sus despensas y seguían camino después de haberlo destrozado todo.
Con Genichi sobre sus hombros, Miyagi estaba escondida en el establo de una casa. Había oído a los soldados y busco un lugar seguro para su hijo. Una vieja de la casa, viéndola entrar allí la siguió para ayudarla a escapar. Ven, la dijo mientras la cogia de la mano. Miyagi tras un segundo de terror al notar una mano sobre su hombro, logro tranquilizarse y seguirla llevando a su hijo. La anciana le dio arroz y agua para el camino. Dentro de la casa se oía a los soldados devorar la poca comida que estaba al fuego.
Miyagi siguió a la mujer hasta las afueras del poblado y le dio las gracias. corrió montaña arriba cuando se encontro con tres soldados moribundos. Girando en torno a ella la amenazaban y le ordenaban que le dieran su comida. Sujetaba con fuerza el arroz bajo su manto, tanto que uno de los soldados se dio cuenta de que escondía algo. Tiro de su mano con fuerza y arranco la comida que llevaba. Sobre el se abalanzaron los otros dos soldados.
Luchaba con ellos inútilmente. La apartaron de un empujón. Era la comida de su hijo. No podía permitirlo, ni siquiera era para ella. En aquel momento del forcejeo uno de los soldados, borracho, la hirió con su lanza en el vientre para quitársela de encima. Miyagi calló al suelo de bruces. Sobre su espalda el niño lloraba. El llanto del niño se perdió entre las montañas junto a los gritos de los soldados que ahora peleaban entre si por el ultimo pedazo de comida.
En el campo de batalla Tobei había conseguido alcanzar la primera fila. Llego a los pies de una casa abandonada y se escondió. Desde donde estaba podía ver a dos samuráis hablar entre ellos. Sus ropas estaban cubiertas de sangre. Uno de ellos pedía al otro que lo ayudara a morir. Parecía malherido. Sin contemplaciones el segundo desenvainó su katana y hundió la hoja en su carne.
Mientras el superviviente se lamentaba por el último favor que había tenido que hacer a su amigo, Tobei salto sobre el sin ser visto y lo atravesó con su lanza. Herido, cayó al suelo donde Tobei lo remató.
Esa misma noche en el campamento de Shibata el comandante preguntaba a los soldados que era todo aquel alboroto. Al parecer el campesino había regresado con su armadura y un regalo para él. Al abrir el regalo quedo horrorizado y complacido. Le pregunto si lo había encontrado tirado en el campo de batalla. Tobei no dejaba de repetir que había sido él quien lo había matado y que ahora traía su cabeza para demostrarlo.
Katsusige Fuba era uno de los más temidos espadachines del ejército de Jashiba. El comandante estaba tan contento que le concedió a Tobei aquello que más deseara. Tobei pidió un caballo y soldados a su servicio. Al comandante le pareció bien poco así que se lo concedió de inmediato.
Al día siguiente todos se giraban al ver pasar a Tobei. Su porte ridículo le hacia parecer aun mas distinguido. Todos se preguntaban quien era ese señor samurai, y corría el rumor de que había matado al famoso espadachín Katsusige Fuba con sus propias manos. Al pasar junto a una casa alegre la propietaria salió a saludarlo y a ofrecer sus servicios tanto a él como a tus hombres. Este accedió y los soldados lo celebraron a la vez que abrían paso a su señor ente los clientes del burdel.
De repente un gran alboroto en una de las habitaciones llamó la atención de todos los presentes. Al parecer uno de los clientes pretendía escabullirse sin haber pagado la cuenta de su concubina. Esta despertó de su ligero sueño al sentir los pies sobre el suelo. Comenzó a gritar. Maldecía a aquel con tales reproches que por su familiaridad llamo la atención de Tobei. Se abalanzo sobre ella. No podía ser. Era Ohama. Su propia esposa.
Capitulo cuarto.
Ohama disimulaba sus sentimientos. Hablando con Tobei le felicitó por sus progresos. Saltaba a la vista que ahora por fin era un gran samurai. Ella tampoco podía quejarse. Ahora bebía sake cuando le apetecía y podía pasar cada noche con varios hombres. Que más podía desear. Salio al jardín y comenzó a llorar. Que importaba que su mujer se prostituyera si el tenia lo que quería. Ese era uno de los sinsabores del poder. Tobei la miraba aterrado y arrepentido. Ohama se ofreco a el por dinero como lo hacia con los demás hombres con los que había estado.
Tobei pedía perdón una y otra vez. El quería ser samurai por ella por ganar su respeto. No sabía que había llegado a esto. La amaba. Para él seguía siendo su esposa. Tan solo quería volver con ella a casa. Así se lo pidió y ambos partieron hacia su antiguo hogar con los ojos llenos de lágrimas.
Genhuro partió aquella mañana a hacer comprar al pueblo. Paso por una tienda de regalos y quedo maravillado. Serian para su princesa pero no llevaba suficiente encima. Hablo con el comerciante y le pidió un descuento. El vendedor apartó uno de los regalos. Genhuro no quería desprenderse de el, así que insistió. Si lo lleva a la casa de Kutzuki la pagare el resto.
El vendedor palideció al instante. La casa de Kutzuki!!! Lléveselo!!! Se lo regalo. Aparto la mirada de él y no quiso saber nada más. De camino a casa se encontró con un hombre santo. Le detuvo y le advirtió. Algo sombrío había anidado en su rostro. Era la misma muerte. Le pidió que regresara pronto si tenia familia o que le esperaría la desgracia. genhuro no quería escuchar pero tuvo que hacerlo.
El hombre santo le advirtió que la princesa era un alma en pena. Un fantasma condenado a vagar por la tierra sin paz para su alma. Debía protegerse contra la magia de la muerte y si el no quería, seguía siendo responsabilidad del hombre santo darle protección así que se lo pidió una vez más. Genhuro accedió y el hombre santo escribió palabras sagradas en su cuerpo antes de que regresara a la mansión Kutzuki.
Cuando llegó, no podía disimular el desconcierto y el miedo en su rostro.
La princesa le preguntaba por su extraño estado de humor pero Genhuro no quería responder. Lo hizo el ama de llaves. Insulto a aquellos que le habían echo desconfiar y maldijo las malas lenguas. Pero al dirigirse a Genhuro le recordó el pacto que había hecho. Debía permanecer para siempre al lado de la princesa. la anciano comenzó a hablar. Nunca lo dejarían salir de allí.
Fue entonces cuando Genhuro confesó que estaba casado. La princesa le dijo que se olvidara de ellos pero al intentar sujetarlo sus manos, sintió la magia del hombre santo. No podían tocarle. Pero insistían entre halagos y amenazas. El alma de princesa había sido rescatada por el ama de llaves ya que sufría por su prematura muerte. No había conocido la felicidad de ser mujer y amar a un hombre. Por ello la ama de llaves se había hecho cargo de su alma. Ahora él iba a romper su corazón y condenarla de nuevo a la desgracia.
Genhuro salió corriendo de la casa implorando perdón. Pensando en quitarse la vida cogió una katana de la casa. Al llegar fuera cayó inconsciente. Allí lo encontraron, ala mañana siguiente unos soldados de Jashiba. Lo acusaron de haber robado el sable que tenia en la mano junto con otros tesoros del templo. Cuando vino a decir que aquella katana provenía de la casa Kutzuki se rieron de él. Aquella casa había sido destruida hacia tiempo y todos sus moradores habían encontrado la muerte.
Le quitaron el dinero y lo dejaron partir. Tampoco existía una cárcel a la que llevarlo. No quedaban cárceles a causa de aquella maldita guerra. Las ruinas visibles de la casa acecharon a genhuro como un eco en la distancia. Realmente había sido todo una ilusión. Así vago el la noche hasta alcanzar su poblado.
Al llegar y entrar en la casa su corazón se desbordo de felicidad y arrepentimiento. Llamaba incesante a su mujer. Al entrar la encontró calentando el fuego. Su hijo Genichi dormía. Miyagi no quería las explicaciones de su marido. Lo más importante es que había vuelto.
El lloraba comprendiendo como la codicia lo había apartado de las cosas que más quería. Su mujer le preparó sake caliente y algo de comer. Genhuro estaba cansado y pronto quedo dormido junto a su hijo. Por fin estoy en casa, repitió hasta quedar inmerso en un profundo sueño.
A la mañana siguiente los gritos de los vecinos despertaron a Genhuro. Todos buscaban a Genichi. Al ver a su padre salto la alegría. Habían encontrado a los dos hombres de la familia a la vez. Sin embargo aquella alegría se torno extrañeza cuando genhuro llamó a su esposa. Lo miraban como a un loco que ha perdido la razón. Finalmente un vecino le contó la historia de la muerte de Miyagi.
Todos estaban sorprendidos de que el niño supiera del regreso del padre. El solo había llegado hasta su antigua casa a esperarlo. Genhuro lloraba sin cesar dia tras día hasta que una mañana volvió a escuchar la voz de su mujer.
La voz de Miyagi estaba llena de ternura. Estoy aquí junto a ti , le decía. Veo en tu corazón que ya no tienes dudas. Yo te acompañare siempre, te daré fuerza y valor y serás el hombre que siempre quisiste ser. Lo animó para que retomara su vida y volviera al trabajo. Lo halagaba cuando las piezas eran hermosas y lo seguía ayudando a girar el horno.
Un día se despidió para siempre. Su alma era feliz pues veía al propio Genhuro feliz de vivir su vida. Ahora podía por fin descansar en paz. En la casa de al lado su hermano Tobei trabajaba sin descanso. También él y Ohama habían encontrado la felicidad viviendo como personas humildes.
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