domingo, 20 de julio de 2008

Esperanza


Esperanza siempre tenia la despensa llena. Era como un salvoconducto a la abundancia en esta tierra en la que habitamos. En esta tierra que habitamos, sentirse pobre es ir al banco y ver la vacuidad de los números rojos de la cuenta de ahorros. Luego llegan las fuerzas gravitatorias de los agujeros negros que te arrastran a la más abismal de las depresiones. Pero el banco le quedaba lejos. A Esperanza lo que le preocupaba era su despensa.

Los sacos en los que le gustaba guardar las alubias y lentejas colgaban
a ambos lados como medias tejidas a mano. A veces se quedaba allí absorta durante quince o veinte minutos acariciándolos. Las sentía bien apretadas por fuera pero sus dedos de deslizaban hacia dentro si presionaba un poco. Este curioso trance se detenía de pronto y Esperanza volvía a hacer sus cosas como si nada.

Aún faltaban por llegar los anaranjados de Agosto. Esperanza recordaba el matiz de los brillos de su piel vista desde cerca. Recordaba abrazar sus piernas y observar las ondulaciones de sus rodillas y sentir el sabor de la sal si estiraba un poco la lengua. Hasta entre los dedos de sus diminutos pies la piel estaba bronceada. Cuando se desdibujan los límites y las huellas de la ropa, es como perder el sentimiento de desnudez.

La luz del atardecer se estaba haciendo más cálida según el mes iba avanzando. Las lunas llenas provocaban las mareas más voluptuosas del año. En sus idas y venidas arrastraban mar adentro la arena. El mar se volvía profundo en sus orillas y cuando se contenía en el cambio de mareas, levantaba furiosas olas llenándolo todo de espuma.

En aquellas noches de Julio, los sueños de Esperanza eran más reales y llenos de significado que su vida real. Al despertar no recordaba nunca nada, pero el perfume de sus sueños la acompañaba allá donde iba.

A veces me asaltan las dudas.


"El solitario" declarando en el juicio en el que se le acusaba del asesinato de dos guardas civiles.

"No voy a decir que sea un angelito. Yo lucho contra el Estado en sí. He luchado contra aquello que me parece el mal que padecemos los españoles, que es el sistema bancario. España no es un país democrático porque para que haya un país democrático tiene que haber una separación de poderes y aquí sólo existe el poder ejecutivo, y los poderes judicial y legislativo se pliegan al ejecutivo". Jaime Giménez Arbe, El Solitario, se despachó así cuando el presidente del tribunal, Juan José García Pérez, le preguntó si tenía algo que añadir antes de declarar el juicio visto para sentencia.

Giménez Arbe reiteró ayer su "absoluta inocencia" y afirmó que en su trayectoria "profesional" de atracador de bancos ha "procurado siempre hacer heridas en las piernas para poder escapar, nunca con la intención de matar a nadie". "Si hubiera querido", añadió, "muchos otros policías estarían muertos. En nuestra profesión, recurrir a las armas es un fracaso", dijo.

Tras expresar sus "condolencias" y su "más sentido pésame" a las familias de José Antonio Vidal y Juan Antonio Palmero, alegó que él no les habría matado sino que se "habría bajado del coche y habría parado el vehículo de la Guardia Civil a tiros".

Su abogado defensor, Marcos García-Montes, pidió la nulidad de los registros en la casa de su cliente y en su nave por entender que no se hicieron con garantías.

El fiscal jefe de Pamplona, Javier Muñoz; el acusador particular, José Aguilar, y el popular, Ignacio González Portero, coincidieron en que hay suficientes indicios para condenar al procesado por el asesinato de los dos guardias civiles.

Fuente

jueves, 3 de julio de 2008

Contemos cuentos

Con una mano apoyada sobre la repisa de las especias, Paco, cocinero del mesón “Don Álvaro”, pensaba en cual de ellas iba a utilizar mientras daba vueltas a la sopa con la izquierda.
Además de pensar en esto pensaba en las piernas de la señora que venia todos los sábados a almorzar antes de la una, en la textura del caldo sobre la cuchara de madera y si iría bien el pimentón picante acompañado de leche de almendra.

Pensaba en la descarga de preocupaciones que supondría pagar la última letra de la hipoteca dentro de dos meses y que quizás lo justo seria añadir un chorrito de jerez amargo. Pero cuando sus manos comenzaron a dar el último toque de aderezo todo desapareció de su mente. No podría recordar lo que había hecho pasados 5 minutos. En el fondo estaba orgulloso de que sus platos fueran irrepetibles.

Acercó el cucharón, entreabrió los labios con ternura y sopló. Uno a veces se da cuenta del arte que se demuestra al soplar. Como los grandes del jazz soplando con sus labios pegados a las boquillas de trombones, saxofones y trompetas. Así soplaba Paco cuando estaba inspirado. Manteniendo una distancia entre soplidos, que se iba acortando mientas aumentaban en la intensidad. Hasta por inercia tomar el líquido entre sus labios.
Definitivamente estaba buena. -¡Que digo buena!, y paso la lengua al cucharón.

Volvió a pensar en la mujer de los sábados hasta que desapareció el regusto de la calabaza dulce y la pimienta. Los demás ingredientes estaban allí como las cosas que son pero no están al alcance de nuestro entendimiento. Paco entre todo este mar de pensamientos se daba cuenta de que actuamos siguiendo una esencia que nos llama desde dentro y que no alcanzamos a comprender ni distinguir en la vida real.